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EEUU

San Francisco - Los Ángeles

Julio 2017

​Día 1. San Francisco

San Francisco no es como el resto de las ciudades de EEUU. Fue primero española, después mexicana y finalmente norteamericana. En 1850 se instalaron los buscadores de oro, en la Segunda Guerra fue un punto estratégico para las fuerzas americanas sobre el Pacífico, fue la cuna de los blue jeans (Levi’s), de la generación Beat, la cultura hippie y el Summer of Love del ’67, y como si esto fuera poco, la ciudad y sus alrededores se establecieron hace unos años como el polo tecnológico más importante del mundo.

 

Después de un vuelo que se me hizo un poco largo, llegamos al hotel Zelos a las 10am. Como la habitación no estaba lista nos fuimos a recorrer Union Square. Martín tenía cita para arreglar algo en Apple así que dimos vueltas como para tener un mapa de la zona. Yerba Buena era un barrio con negocios importantes, plazas con esculturas, museos, restaurantes. Un lugar con estilo, sin grandes edificios y sin duda uno de los centros neurálgicos de la ciudad.

San Francisco tiene la particularidad de los homeless. Estaban por todos lados y a toda hora, en algunos momentos más activos y loquitos pero totalmente inofensivos y pacíficos. El Estado trata de ayudarlos y les ofrece refugio, pero una gran cantidad de hippies que salieron del sistema, nunca quisieron volver. Fueron muchos años de psicodelia y experimentación con distintas sustancias entonces permitidas. Otros estaban quemados por la droga y en varias oportunidades los vimos prendiendo sus pipas e inhalando hasta caer en trance. Hablaban solos o con sus fantasmas, gritaban para tratar de alejarlos. Estaban en su mundo, que claramente no pertenecía al de los vivos. Eran los walking deads de la ciudad.

Compramos unas cositas en el super y nos sentamos en la plaza de Yerba Buena a desayunar. El sol recién empezaba a calentar y la ciudad se me hacía cada vez más linda. Nuestro recorrido empezaba en Chinatown. Dicen que acá vive la mayor comunidad china fuera de Asia y la más antigua de EEUU. Caminar por Stockton y sus adyacentes, era como transportarse a la mismísima China y uno podía hasta olvidarse que estaba en otro continente. Algunos negocios en las calles más transitadas estaban preparados para turistas, pero la mayoría era para locales. Los escuchaba hablar animadamente y compraban en los mercados de pescados y frutas, evaluando raíces de distintos tamaños para preparar la comida del día. Como ya eran las 2 de la tarde, nos fuimos a almorzar a Hunan Home’s, un restaurante que reunía gran cantidad de objetos kitch que hacían las delicias del espectador. Martín se pidió el pato Pekín y yo un pollo spicy que estaba muy bueno. Desde ahí podíamos divisar un puente y el agua, así que aunque no estaba en los planes, nos fuimos hasta el Pier 14, uno de los embarcaderos de la ciudad. Caminamos un poco, entramos a un mercado y un poco cansados decidimos tomarnos un Uber para llegar a nuestro próximo destino: Mission District.

Hasta hace algunos años este barrio era bastante peligroso, pero ahora se mudaron muchos artistas convirtiéndolo en un punto turístico y de encuentro de los más jóvenes. Las casas victorianas se mezclaban con pasajes cuyas paredes estaban llenas de graffitis. Vimos muchos chicos vestidos a lo hippie, aggiornados o fusionados con el estilo hipster, con sombreros, chalecos, bandanas, botas, barbas y pelo largo. Una taxista nos dijo que trabajaban en el área de la tecnología y que se vestían de forma descontracturada, y que la mayoría de los jóvenes tenía trabajos en grandes empresas tech de SF y alrededores. No nos olvidemos que en Silicon Valley nacieron empresas como Google, Facebook, Twitter y en SF Dropbox, Yelp, Airbnb entre otras 500 start-ups. Pese a esta gran influencia, la ciudad conservaba ese aura bohemia y la gente, incluso en su forma de vestir, era mucho mas relajada que en otras ciudades.

 

Caminamos bastante por Mission hasta llegar a la plaza Dolores. Desde la parte más alta se vía parte de la ciudad y como era domingo, la gente había copado el lugar para pasar el día. Algunos tenían sus gazebos y carpas desplegadas, otros habían armado unos puestos con música y bebida a todo volumen y la estaban pasando de maravillas. Me encantaba caminar por las calles sintiendo el olor de las magnolias. 

Rodeamos la Mission Dolores Church, fundada en 1776 por el padre franciscano Junípero Sierra y nos fuimos al distrito Castro, la zona reivindicada por los homosexuales, donde a partir de la lucha de Harvey Milk (el primer hombre homosexual declarado y elegido para ocupar un cargo público), la comunidad tuvo un espacio para vivir libremente sin ser juzgados ni rechazados. En la intersección de Market y Castro una bandera gigante agitaba los colores de la diversidad anunciando el inicio del barrio gay. Las banderas coloridas flameaban por todas las veredas, y los negocios eran tan variados como divertidos: sex shops repletos de gente eligiendo sus juguetes favoritos, negocios de ropa interior muy extravagante que bordeaba lo kitch, panaderías que vendían cookies con formas de penes. Todo el escenario contrastaba con la solemnidad del histórico teatro Castro inaugurado en 1922, de cuando el barrio se llamaba Eureka Valley y sus habitantes eran mayoritariamente irlandeses y escandinavos. Cuando se abrió el primer bar gay en 1963, los inmigrantes fueron abandonando el lugar que se iba expendiendo rápidamente bajo los ideales del amor libre y la igualdad de derechos. Hoy en las calles nadie juzga, nadie señala y se respira el ambiente pluralista y multicultural.

Volvimos al hotel casi a las 8 de la noche muertos de cansancio. Ese día habíamos dormido en el avión y seguimos de largo sin descanso. Teníamos reserva para las 8.30 en Amber, un restaurante hindú que nos habían recomendado unos amigos. Por suerte nuestro hotel quedaba exactamente a la vuelta así que logramos llegar a tiempo. La comida era muy buena y el ambiente super lindo.

Día 2. San Francisco

Se suponía que estábamos en verano, pero a la mañana hacía frio como en Buenos Aires. ”Qué suerte que tienen”, nos decían por teléfono, sin saber que nosotros teníamos los mismos 10 grados de temperatura. Por suerte a media mañana estaba más lindo y al mediodía caluroso. Después de un desayuno en Bakery Corner con waffles y sándwich de huevo y bacon como manda la constitución norteamericana, decidimos cambiar los planes e invertir el orden de los paseos porque parecía que se empezaba a poner nublado. Antes de hacer cualquier cosa, tenía que comprarme imperiosamente un par de zapatillas porque sólo había llevado sandalias que el día anterior me habían dejado los pies muy lastimados. Con mis nuevas llantas, nos fuimos a Fisherman Wharf a alquilar unas bicis para atravesar el Golden Gate y almorzar en Sausalito.

El puente, ícono indiscutible de SF, ejercía una atracción especial. A pesar de haberlo visto en películas y series, tenerlo enfrente me provocó cierta emoción. Cuatro años de dificultoso trabajo (corrientes marítimas, vientos fuertes y nieblas cerradas que provocaron la muerte de varios de los trabajadores) les llevó para hacer este puente colgante de 2000 metros de largo y 27 de ancho, que este año cumplirá sus 80. Tenía carriles para autos, bicis y peatones y el tráfico de ninguno de ellos se detenía por un segundo. Pensamos que tuvimos mala suerte al ver el puente cubierto de niebla en la parte más elevada, pero nos dijeron que casi todo el año estaba así, y que habíamos tenido suerte porque ese día había hecho calor. De todos modos, la bruma le daba un toque particular al mezclarse con su característico color naranja rojizo. A veces me costaba algún tramo de subida más empinada, pero como ya nos habían advertido, me bajaba y lo hacía caminando a pesar de los consejos de Martín para que le haga cambios. Odio los cambios de la bici. Odio pedalear en el cambio para hacer menos esfuerzo porque mis pies giran como en los dibujitos animados y no avanzo casi nada, así que prefiero caminar. La próxima me alquilaré una eléctrica y seré feliz, aunque debo reconocer que no fue mucho el esfuerzo.

Atravesamos una playa desde donde se tenía una hermosa vista y llegamos al otro lado desafiando al viento y a a los cientos de turistas. Del otro lado, nos restaban unos pocos kilómetros en bajada hasta Sausalito.  

Fue salir del puente para empezar a sentir el sol en su esplendor. Lo bueno de las camperas de estos tiempos era que no pesan y son fáciles de transportar.

Sausalito era una ciudad pequeña que se llenaba cada día con aquellos que nos animábamos a pasar más allá del puente, y no éramos pocos. Construida sobre la ladera de la montaña, fue reconstruida en los años 60 por artistas y pintores que se instalaron en unas casas flotantes. Dimos unas vueltas por la zona y almorzamos en uno de los mejores restaurantes rankeados llamado Scoma’s  que no fue nada del otro mundo. La vuelta era fácil, porque se podía tomar el ferry que demoraba una media hora y nos dejaba casi en el punto de alquiler de las bicis, así que nos animamos a tomar un rosado de la zona y todo.

Pasamos muy cerca de la antigua cárcel de Alcatraz pero no pudimos visitarla porque había que sacar las entradas con mucha anticipación, ya que había una sola compañía que tenía la autorización para desembarcar en la pequeña isla, separada a tan solo 10 minutos de navegación del continente. Se me hacía difícil pensar que esa distancia fuera la manera de aislar a los presos de máxima seguridad de un posible escape, pero de hecho en los casi 30 años de funcionamiento sólo consiguieron huir 13 personas.

Llegamos al puerto y aprovechamos para hacer una rápida recorrida por el Pier 39, con muchas tiendas de souvenirs a ambos lados y espectáculos a la gorra. Entramos a varias galerías de arte de Fisherman Wharf, donde finalmente devolvimos las bicis. Volvimos al hotel y salimos a dar una vuelta por el shopping que quedaba a una cuadra del Zelos, pero el cuerpo nos pedía un poco de descanso, y decidimos cenar en el restaurante del hotel llamado Dirty Habits, que tenía un patio interno con estufas prendidas porque de noche volvía a hacer un frío importante. Muy destacadas las chicken wings. Volvería solo por eso.

Día 3. San Francisco

Después de un desayuno deslucido porque me empaqué en querer conocer otro lugar, nos tomamos un Uber hasta el Golden Gate Park. Nos bajamos en el Jardín Japonés que era chiquito y lindo y de ahí nos fuimos al museo Young para ver la muestra “Summer of Love". Un aire nostálgico flotaba dentro del predio que se iba llenando de septuagenarios deseosos de reconocerse en la vestimenta y las fotos de la exposición. Seguí de cerca a un grupo de mujeres que habían venido con una tiara de flores en la cabeza y que a cada paso resoplaban melancólicas por los tiempos pasados. Toda la historia del nacimiento de la cultura psicodélica de amor libre y experimentación estaba reflejada en las distintas salas del museo. En la entrada había algunas de las cientos de consignas que se proclamaban en los años 60 y nos dio gracia una que decía “Don’t trust anyone over 30”, mientras dos nenas adolescentes señalaban el cartel riéndose de su madre.

Atravesamos un tramo largo del parque donde había distintos sectores con plantas increíbles, flores, grupos de músicos y propuestas de actividades. Me pareció que en tamaño era más grande que el Central Park, pero no lo sé. De todos modos, es parte del Parque Nacional Muir Woods que sigue atrás del puente de SF.

Caminamos hasta la mítica calle Haight para percibir lo que había quedado de la época del power flower, cuando los hippies llegaban de a miles a esta zona y se juntaban en los grandes conciertos que se hacían en el Golden Gate Park. El barrio Haight-Ashbury empezó siendo una zona residencial, de estilo victoriano con casas alineadas de color pastel con sus jardincitos rebosantes de flores. Los años 60 lo convirtieron en un hervidero de hippies que venían a vivir experiencias alucinógenas, donde tenían su propio diario, música y proclamaban el amor libre.

La calle estaba repleta de negocios a los que hoy llamamos vintage, algunos con pipas y todo tipo de adminículos para fumadores de sustancias varias, locales de remeras batik y símbolos de la paz y el mejor y mas grande negocio de vinilos que debe sobrevivir en el planeta. Sonaba la música de Grateful Dead y adentro de algún negocio, se veía una joven queriendo revivir los años pasados vestida con pollera hasta los tobillos, sandalias de cuero trenzado, pelo largo y collares de todo tipo y color.

Fuimos caminando hasta Alamo Square, donde se encontraba la línea de casas victorianas llamadas The painted ladies, famosas por la peli “Papás a la fuerza” y por tener detrás de ellas la vista del skyline de la ciudad. Bajamos hasta Filmore Street y caminamos bastante hasta llegar a la zona de negocios tipo Soho pero más chiquito. Almorzamos en una cadena de sándwiches vietnamitas llamado Bun Mee, no estaba mal pero prometía más.

Ya habíamos sacado 2 tickets para subir al cable car que unía Market y Hyde (haciendo el recorrido desde Fisherman Wharf hasta Union Square), para apreciar mejor las vistas en las subida y bajadas empinadas del recorrido del antiguo tranvía. Aprovechamos para ir a la Ghirardelli Square y comprar unas bolitas de coco con chocolate y fuimos al punto de partida del tranvía.

Al llegar, la cola para subir era tan larga y el sol tan implacable, que decidimos tomarlo en la siguiente parada: Lombard Street. Justo una de las calles mas famosas de SF, porque la bajada era toda en zigzag y en las fotos que había visto, las veredas estaban bordeadas de hortensias de color pastel. Después de subir las tres calles mas empinadas del mundo y llegar con el ultimo aliento, llegamos a la calle donde miles de turistas se agolpaban para sacar una foto, mientras la fila de autos para hacer el recorrido zigzagueante llegaba hasta la esquina. Nos subimos en el siguiente cable car sin hacer cola mientras todos se empujaban para tener la mejor foto y nos quedamos al lado del maquinista que hacia unas maniobras de muerte con una palanca manual cada vez que frenaba o arrancaba. En fin, es una de esas cosas que uno tiene que hacer, pero que para nosotros no fue una gran experiencia. Caminamos un poco por Union Square y cenamos en un restaurante japonés excelente llamado Hakkasan. De entrada unos dumplings de pato, Martín unos langostinos con chile y tomate y yo un salteado de distintos tipos de hongos. 

Día 4. Muir Woods - Napa Valley

Martín me había sorprendido alquilando un Chevrolet Camaro descapotable. Un flash. Teníamos solo un pequeño problema: el equipaje. Esos autos son para llevar la cartera o una mochila, como que te hagas el loco, te entra el carry on, pero nosotros teníamos dos valijas de 23kg mas el carry on, mas dos mochilas. Cargamos en el pequeñísimo baúl las dos mas chicas y las valijas grandes en el asiento de atrás como dos acompañantes. Nos subimos entusiasmados por abrir el techo y no podíamos lograrlo. El mal humor de Martín se hacía cada vez más notorio. Tocábamos todos los botones pero nos ponía un cartel sobre algo de una cortina. Al final se le ocurrió que estábamos ocupando el espacio donde se plegaba el techo con una de las valijas y al sacarla el techo se corrió hacia atrás y nos dejó al descubierto.

Llegamos a Muir a eso de las 9.30, bastante más tarde de lo que pensábamos pero antes del arribo de los micros de turistas y conseguimos lugar en el parking cerca del centro de visitantes.

En el camino antes de llegar, vimos dos pequeños ciervos cruzando el bosque de un lado al otro de la ruta y me agarraron desprevenida y sin la cámara en mano.

El bosque era realmente increíble. Las copas de los árboles de Sequoias apenas dejaban pasar los rayos de sol. Altísimos, robustos, solemnes. La caminata se hacía en silencio, apreciando la majestuosidad de la naturaleza. Había dos recorridos posibles,  el de abajo que llevaba una media hora y el de arriba que nosotros decidimos no hacerlo porque nos parecía que la mejor apreciación se hacía desde el suelo. Fue un hermoso paseo.

Nuevamente en nuestro convertible, nos adentramos en el valle de Napa. El paisaje fue cambiando y me di cuenta de que ese auto era perfecto para mi: por un lado me daba el aire en la cara todo el tiempo evitando que me sintiera mal ante tanta curva, y además, podía sacar fotos sin vidrios intermediarios.

Los campos eran ondulados y con pastura muy amarillenta. A veces teníamos la sensación de estar atravesando La Toscana. Nuestra primera parada fue Sonoma. Estacionamos en la plaza principal y dimos unas vueltas por el pueblo, con pequeños restaurantes,  casas de wine tasting y negocios de cosas para la casa. Ya fuera de la costa, el calor se hacía sentir y el ambiente relajado del pueblo bien valía su mote de slow-noma. La arquitectura de la mayoría de las que rodeaban la casa eran españolas y fuimos hasta la iglesia y el cuartel militar del franciscano Junípero Sierra que también había estar por ahí evangelizando a los pobres nativos. Me recordaban a la serie de el zorro con Guy Williams y al entrar al patio interior me entusiasmé pensando que en cualquier momento podía aparecer el gordísimo Sargento García. Dudamos en quedarnos a almorzar porque los restaurantes eran muy lindos, con patios repletos de flores y mesas muy cuchis, pero nos esperaba un largo recorrido por lo que seguimos viaje hasta nuestra primera experiencia bodeguera en Artesa Winery. 

El lugar era increíble con vistas del valle infinito repleto de vides y el edificio camuflado con el paisaje, ya que estaba tapizado con pasto como continuando loas lomas. Nos ofrecieron diferentes tipos de cata: con quesos, con chocolates, con picada, con almuerzo, la premium, la básica… y elegimos la de 5 vinos buenos con una picadita. Nos enteramos ahí mismo que los dueños eran españoles y que también tenían una bodega en Mendoza (vinos Séptima). Muchos bodegueros de renombre compraron en Argentina y además tienen en Francia o España  lo suyo. Esta bodega específicamente no exportaba no vendía al mercado norteamericano. Toda la producción la destinaban al turismo que visitaba Artesa, es decir, que para sus dueños era un hobby o les daba un dinero importante como para bancar semejante estructura.

Bastante contentos con los vinos nos fuimos a la segunda bodega elegida: Hess Collection Wineyards, pero después de un tramo por una carretera bastante sinuosa, había un cartel que decía que estaba cerrado por un evento privado, así que dimos unas vueltas por afuera y nos fuimos a conocer la ciudad de Napa.

Hacía bastante calor y nuestro convertible nos estaba dando mucha felicidad. Napa nos pareció un lugar sin gracia, la verdad es que ni siquiera bajamos del auto. Recorrimos un poco, vimos los negocios, restaurantes, galerías, wine tasting y hoteles. Era la ciudad más grande del valle y donde la mayoría de la gente hace base.

Tomamos la Silverado trail que es la otra ruta que conecta a la mayoría de los pueblos más chicos y que tiene una vista linda de los viñedos. En toda esta zona hay más de 120 bodegas, algunas muy grandes como Mondavi, Opus One, Beringer y otras muy chiquitas que son proyectos familiares y que también reciben visitas. Unos 8 millones de turistas visitan el valle de Napa cada año.

California es el corazón del vino de EEUU (produce el 90% e los que consumen) y es una de las regiones vitivinícolas mas cotizadas del mundo. Una hectárea de un buen viñedo llega a costar mas que en algunas regiones de Europa con valores mayores al millón de dólares. Napa es la región por excelencia del cabernet Sauvignon y el Chardonnay. Pero también hay Pinot Noir, Zinfandel (que probamos por primera vez en el restaurante japonés de SF) y Merlot. Es el lugar donde se inventaron los varietales y el turismo enológico.: bodegas con  visitas guiadas, merchandising, tasting, paseos en globo, restaurantes de pasos y hasta hay una que tiene en la entrada un teleférico para poder ver sus viñedos desde el aire.

Cuando llegamos a Yountville ya eran las 4 de la tarde. Habíamos desayunado unas papas fritas y unas galletitas bien saladas al salir de Muir y habíamos almorzamos una escueta picada en Artesa. En mis apuntes figuraba como muy recomendada la Bouchon bakery, una panadería de un chef de estrellas Michelin, el mismo dueño del restaurante que quedaba al lado y que a la noche ya teníamos una reserva para cenar. El lugar estaba bastante lleno y nos pedimos un par de croissanes rellenos que no eran nada especiales. Coincidimos en que una buena panadería de barrio en ambas márgenes del Plata, los desplumaban por el aire. Viendo que la distancia en auto hasta nuestro hotel en Santa Helena no era tan corta y con la mala experiencia de la panadería, decidimos cancelar la reserva y probar en algún restaurante cerca del hotel.

Antes de dejar nuestras valijas y hacer el check in, preferimos hacer el ultimo recorrido al pueblo de Calistoga. Ya estaba bajando el sol y los colores del atardecer teñían los campos con las vides.

El pueblo, como todos los otros, se podía recorrer a pie y no nos aportó gran cosa, más que un buen supermercado donde compramos una tónica y una torta de higos con almendras que terminaríamos comiendo en Los Ángeles.

Cada pueblito tenía su particularidad. Yountville y sus restaurantes, varios con estrellas Michelin, con casitas de madera pintadas de celeste o salmón y con jardines muy cuidados. Los lugares estrella son Maisonry (que tiene un jardín de esculturas y galería de arte) y The French Laundry, en el que quisimos reservar antes de venir pero necesitábamos un mínimo de 3 meses de anticipación, 4 teléfonos al unísono para lograr si en alguno enganchaba el llamado y mucho dinero. Este pueblo concentra la mayor cantidad de restaurantes con estrella Michelin per cápita de todo el planeta: 3 para The French Laundry, una para Bouchon, Redd y no se cuántas mas.

Calistoga se nos hizo medio fantasma, más despoblado y con más gente grande y Santa Helena, el pueblo donde nos quedamos, era el más elegante y lindo de todos. El Wydown hotel era increíble, tenía sólo 12 habitaciones y todo tenía diseño, desde los pasillos, hasta el ultimo detalle de la habitación. El chico de recepción nos recomendó varios restaurantes pero el mejor quedaba enfrente del hotel, se llamaba Archetype. Por las dudas fuimos a dar unas vueltas por la principal para ver qué ofrecían los otros y vimos que había negocios con más estilo que en el resto de los pueblitos.

Por la entrada que pedimos valió la pena la cancelación en Bouchón. Era una papa aplastada sobre un colchón de pato confitado y manzana. El dueño era un arquitecto, responsable del diseño de varios hoteles y casas de lujo de la zona. Muy recomendable.

Día 5. Napa Valley – Carmel by the sea

“El vino es una de las cosas más civilizadas y más naturales del mundo” dijo Hemingway con una copa en la mano.

Nos levantamos y  después de desayunar nos fuimos a ver algunos negocios del pueblo, porque cuando llegamos ya estaba todo cerrado. Acá la vida se terminaba con mucha furia a las 9 de la noche.

A lo largo de los 40 km sobre la Santa Helena Highway veíamos algunos grupos de ciclistas que se animaban a recorrer la ruta en dos ruedas y a Martín se le ocurrió que la próxima podríamos hacerlo. No se como se combinan el vino, la bici y yo.

Teníamos una reserva para ir a Opus One a las 13.30, pero antes no queríamos perdernos aunque sea la colección de arte de Hess. Volvimos por el camino sinuoso y visitamos primero la galería de arte de esta familia que tiene viñedos en Europa y también en el norte de argentina (Colomé). Nos contó el que nos sirvió la degustación, que el señor Hess fue a Argentina y probó el vino. Como le gustó mucho, compró los viñedos y la bodega.  La muestra tenía pinturas modernas, esculturas e instalaciones propias de un museo citadino. Nos sentamos en la barra y nos dieron para probar 4 vinos distintos más uno de yapa porque estaban promocionando una partida por los nosecuantosaños de la bodega.

Estábamos muy ajustados para llegar a Opus One porque teníamos que hacer varios kilómetros y llegamos un poquito tarde a la cita. Ya habían empezado y nos perdimos el primer vino que por suerte siempre es el más pedorro. El lugar era un salón muy fastuoso y frente a mi tenia un cuadro de Francis Bacon y otro de Miró. El guía nos explicaba acerca de la fusión entre Robert Mondavi y el barón Rotchild, quienes cambiaron totalmente el modo de plantar en Napa, poniendo las vides más juntas para que las uvas crezcan más chicas pero con más potencia en la piel y den como resultado más intensidad en el sabor y en el aroma. También mientras tomamos nuestra primera copa de cabernet, nos mostró que en el salón había un mega espejo que había sido de los Medici y lo habían elegido especialmente para que estuviera ahí. Será invaluable pero era asqueroso y no combinaba con el resto de la estancia. Hicimos el recorrido por la viña, por la bodega y finalmente probamos uno de sus vinos estrella, pero no el más caro. Para terminar subimos a la terraza para ver las vistas y partimos hacia Carmel by the sea. En el camino nos dimos cuenta de que no habíamos almorzado y paramos en el restaurante Mustards donde pedimos algo livianito: un plato de aros de cebolla, ribs con papas fritas y costillas de cerdo con repollo colorado caramelizado.

Llegamos a Carmel cuando estaba bajando el sol y nos fuimos directo para la playa.  Disfrutamos de un atardecer relindo y después de un rato hicimos el check in en el hotel Carmel Garden Inn. Cada vez que en el viaje contábamos que íbamos a pasar un día en Carmel, nos decían “oooohhh beautiful”, asi que pensamos que la ciudad que otrora fue alcaldeada por Clint Eastwood realmente iba a impresionarnos. Estaba metida en un bosque, con casas de madera muy cuidadas y una avenida principal llamada Ocean Ave que concentraba la mayoría de las tiendas y que por el nivel de las mismas, quedaba claro que era un balneario para ricos. También quedaba claro que nosotros bajábamos bastante la edad promedio, porque ahí vive, aunque no permanente, mucha gente jubilada.

Cenamos en el restaurante de un jordano, más que por bueno, porque estaba abierto a las 8.30 pm y nos fuimos al hotel. Eran habitaciones sencillas pero lindas. Nos dio para prender el fueguito del hogar que estaba (bien a lo yanqui) totalmente armado para encender el fosforo y que arda. 

A la mañana la señora de la recepción nos explicó que si queríamos bajar hasta Los Ángeles por la ruta panorámica (Highway 1), no podríamos hacerlo porque hacía unos meses que un alud había dejado todo destruido, incluso varios puentes. Claro que no sabíamos. Nos recomendó hacer hasta donde se podía llegar, aunque sea para verla y volver hacia atrás para agarrar una ruta interestatal. Llegamos al Parque Nacional de Punta Lobos pensando que íbamos a pasar un ratito a ver los lobos de mar, pero nos quedamos 2 horas haciendo una caminata donde vimos, ballenas, ciervos y obviamente lobos. El paisaje era espectacular, cada bahía era distinta y más linda. El agua estaba con mucha suciedad por el derrumbe y lo que normalmente se veía turquesa nosotros nos lo perdimos.

Un poco cansados porque caminamos unos 5 kilómetros, enfilamos hacia Carmel para almorzar y partir directo a Los Ángeles que era un buen tramo. Después de recorrer un poco la avenida principal, comimos en Antón y Michel (mi wrap estaba increíble) y nos bancamos 6 horas en el auto por trancones varios hasta llegar a LA.

El hotel Loews de Hollywood era imponente comparado con los que habíamos ido hasta el momento. Dejamos las cosas y salimos a ver qué onda. En 5 minutos la ciudad se nos presentó con toda su idiosincrasia: desde la ventana de nuestra habitación vimos una pareja teniendo relaciones en la piscina, bajamos por el ascensor y se subieron dos prostitutas vestidas para la ocasión que dejaron la frase de Martín por la mitad y nunca pude saber qué era lo que me quería decir, en el piso 5 del mismo viaje entraron 4 raperos fumando porro sin ninguna inhibición y casi nos invitan a su fiesta y al salir a la calle (apenas cruzando estaba el Paseo de la Fama), todo cobró sentido en un zoológico humano de locos, músicos, trolas, turistas, gente disfrazada de Transformer, Freddy Krugger o Mickey, daba igual.

Que buenísimos diez minutos para tener un pantallazo de lo que vendría.

Fuimos a cenar al Hard Rock Café de Hollywood justo la noche que había karaoke. En realidad la gente se anotaba para cantar, se subía a un enorme escenario y cantaba para todos los comensales. Al principio no sabíamos que era así, entonces el señor que estaba desafinando me pareció como un agregado más de lo bizarro que estaba ocurriendo a nuestro alrededor, pero después se subieron tres chicos, una muchacha obesa que fue la mejorcita, un señor de pelos blancos y camisa celeste que agarró tímido el micrófono y terminó revoleándolo por los aires, en fin todo esto sucedía mientras yo trataba de terminar mis  ribs y una ensalada de repollo.

La noche en el hotel pintaba difícil porque eran las 2 am y se escuchaban gritos y risas de todos los borrachos que entraban y salían de las habitaciones. Martin se durmió al instante, pero yo mascullaba bronca mientras pensaba si llamar al conserje o me levantaba como Doña Florinda en camisón a decirles que terminen de pasarla bien. En fin, me di media vuelta y finalmente logré dormirme.

Día 6. Los Ángeles – Rarotonga

Nos levantamos temprano y desayunamos la torta que teníamos comprada en Calistoga. Armamos las valijas con la intención de dejarlas en el guardabultos del hermoso hotel hasta nuestro regreso 6 día más tarde, pero resultó que ese hermoso hotel no guardaba ningún bulto más allá de ese mismo día, por seguridad. Un argumento pedorro si se tenía en cuenta que podías dejar las valijas desde la mañana hasta la noche. No hubo caso. Nos dijeron que cerca del aeropuerto había un guarda valijas y cobraban por día. Lo pensamos bastante pero decidimos viajar solo con los 2 carry on. Teníamos todo el día para dar vuelas por la ciudad, porque nuestro vuelo a las Islas Cook salía a las 23.30. Arrancamos de día por la zona de hotel, que de mañana concentraba diez veces más turistas que de noche. Gente por todos lados, en el Paseo de la Fama tratamos de ver las estrellas de los famosos, siempre tapadas por pies que iban y venían. Fuimos al Teatro Kodak, el de los Oscar y dimos una vueltita por las manos marcadas en el cemento. Entramos a algunos negocios para protegernos del calor y almorzamos en un restaurante ambientado como en los

50 llamado Melt’s. 

Buscamos el auto, cargamos las valijas y nos fuimos a Beverly Hills relojeando las casas hermosas de Sunset Bvrd hasta llegar a Rodeo Dr. y estacionamos para dar unas vueltas por la zona más exclusiva de Los Ángeles. Los Rolls Royce y Ferraris se cruzaban en las esquinas con naturalidad. No faltaba ninguna de las marcas más emblemáticas de la moda y los locales estaban puestos a todo culo. Entramos al bar de Nespresso que tenía una onda parecida a Apple y por un rato nos mezclamos con los ricos y famosos, aunque no hayamos visto a ninguno.

Dejamos las valijas en una oficina cerca de donde teníamos que devolver el auto y fuimos a Dollar a quejarnos porque el último día no pudimos abrir el techo descapotable. También nos habían cagado al decirnos que en SF las reglas para quienes habíamos alquilado desde el exterior estipulaban que teníamos que pagar 60 USD de nafta por entregárnoslo lleno y nosotros debíamos devolverlo vacío. No podíamos elegir otra opción, pero por suerte Martín se quejó y nos reintegraron esa plata.

Un vuelo directo de New Zealand, nos dejó a las 6 am en la capital de las Cook. Un archipiélago que ocupa tan solo unos minúsculos puntitos en el Google Earth. 

Viene de Islas Cook

Día 13. Los Ángeles

Teníamos cierta incertidumbre respecto de nuestro equipaje. El lugar donde lo habíamos dejado era como esos que se ven en las películas. Como en el lugar no había gente todo el tiempo, teníamos que llamar al llegar y contra todos mis pronósticos pesimistas (lo que se hereda…), funcionó bien y nos fuimos al Loews con todo nuestro equipaje en el auto. Nos quedaba toda la tarde para pasear y decidimos comenzar por el Downtown.

Empezamos por el Disney Concert Hall, construido por Frank Gehry y terminado en el 2003. Aunque el edificio se inauguró después que el Guggenheim de Bilbao, el proyecto fue anterior.

Desde la esquina el Broad Museum nos invitaba a pasar. Hicimos una cola para entrar y no nos defraudó. Vale mucho la pena y tiene una muestra de Yayoi Kusama con espejos para la que hay que hacer otra cola porque hay que pagar para entrar (para le visita general no hay que pagar nada). A dos cuadras estaba el museo de arte contemporáneo pero estábamos cansados y queríamos caminar un poco la ciudad.

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Nos fuimos para el Koreantown o K-town como ellos lo llaman. El  barrio tiene infinidad de locales gastronómicos super copados, locales de karaoke y super con bolucosas fluo. Nos gustó tanto que decidimos dar unas vueltas por los alrededores y volver al K-town para cenar.

Llegamos hasta el barrio chino y dimos una vueltas por la calle principal hasta llegar a una plaza rodeada por casas chinas y globos rojos atravesados, bastante pintoresca, pero no más que eso. El resto es igual que cualquier barrio chino: supermercados y negocios con bolucosas, restaurantes…Pasamos con el auto por la zona mexicana de Olvera St. que tiene un mercadito de artesanías que no nos interesó ni siquiera para estacionar y volvimos a K-town a cenar. Era un poco temprano pero como no habíamos almorzado no era un problema. Casi todos los restaurantes tienen en sus mesas una barbacoa incrustada. Elegimos uno que recomendaban en la web llamado Ham Ji Park. No tenía una linda decoración pero estaba repleto de coreanos y eso nos dio la certeza de que estábamos en el lugar correcto. Pedimos unas pork spare ribs que me volaron el cerebro y lo trajeron con unos platitos con cosas raras, un arroz y algo más que no recuerdo porque ya dije que tenía el cerebro volado. Cuando terminamos, caminamos por la zona y vimos restaurantes muy lindos con las mesas de bbq donde la gente asaba su comida y los bares estaban muy animados.

 

De vuelta a la zona del hotel, estacionamos el auto (después de haber visto a Ice Cube entrando a una limusina en la puerta de nuestro hotel, rodeado de muchachos con cadenas de oro y chicas enfundadas en vestidos dorados) y nos fuimos a caminar por Hollywood Bvrd. De noche se convierte en un zoo diferente. Los superhéroes ya no tienen niños con quien fotografiarse, y van a la pesca de alguien que les pague una cerveza, hay gente ofreciendo retratos y caricaturas en cada cuadra, dúos de bailarines de rap, hombres que juegan con una víbora,, bares repletos que compiten con la música al mango para atraer clientes. La gente caminaba con vasos de plástico enormes con tragos de colores artificiales y una fila enorme de autos deportivos esperaban la señal para romper la noche. Motos extrañas con barbudos arriba, negocios de tatoo, otros tantos de pipas y elementos para fumar se mezclaban con las luces de neón que parecían no apagarse nunca.

Día largo para seguir de pie.

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Día 14. Los Ángeles

Nos habíamos dejado un par de tardes para hacer compras. Nos levantamos y fuimos a caminar hasta el Teatro Chino en el que se agolpaban miles de personas para sacarse una foto con las manos estampadas en el suelo de los actores famosos. El lugar ya no tenía el glamour de las primeras décadas del siglo XX, pero era parte del show.

Fuimos a Little Tokio y nos comimos unos buns rellenos de curry y hongos con un viejo japonés que tocaba el piano en el centro de una plaza/galería y una cantante con voz finita. Nos metimos en los negocios de manga para apreciar las decenas de estatuillas de personajes de animée y reírnos de los disfraces y demás objetos fetichistas.

 

Seguimos caminando hasta el Art District y nos perdimos entre  hermosísimos graffitis, galerías de arte y bares que invitaban a sentarse para tomar una cerveza tirada. Hacía mucho calor y tuvimos que dedicarle varias paradas (a la cerveza). Este barrio fue recuperado por artistas y bohemios que transformaron locales industriales en lofts, agencias de publicidad y galerías de arte con grandes instalaciones. Tratamos de ir al MoMa pero estaba cerrado. Entramos a un local que vendía salchichas gourmet con cerveza tirada y pedimos unos panchos rellenos con cerdo, mango y especias y otras variedades. El barrio me encantó y lo caminamos bastante. Tenía una vibra muy especial.

A la tarde nos fuimos a hacer compras a un mal alejado y volvimos cuando todo estaba cerrado, asi que terminamos cenando en Melt’s una hamburguesa y unas ribs para estar cerca del hotel.

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Día 15. Los Ángeles-Santa Mónica

El día amaneció nublado. Teníamos pautada una entrevista con migraciones en el aeropuerto de Los Ángeles para sacar la Global Entry a las 3 de la tarde, cosa que nos cortaba todo el día. Empezamos por Beberly Hills y sus hermosas calles arboladas con palmeras. Las casas son imponentes y los autos que tienen en los garajes les hacen honor. Llegamos a Santa Mónica con amenaza de lluvia. Nos acercamos hasta la playa y vimos de lejos el parque de diversiones con la rueda gigante que forma parte de todas las postales.

Caminamos por la peatonal, y fuimos a almorzar unos sándwiches a Mendocino Farm. A la hora señalada, estábamos contestando el interrogatorio en una pequeña sala del área de migraciones del aeropuerto y de ahí nos fuimos a terminar las compras ya que al día siguiente volvíamos a Buenos Aires.

Cansados, nos decidimos por una cena en Trastevere, un restaurante italiano que quedaba en el shopping al lado del hotel. Nos hubiera encantado volver al barrio coreano, pero nos daba más el cuero.

Fue un viaje hermoso, coronado por playas increíbles que opacaron todo lo conocido. Volveremos.

 

Nos vemos del otro lado de la orilla infinita. 

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