La Orilla Infinita
NUEVA ORLEANS
Marzo de 2016
Día 1. Nueva Orleans
El desvío de nuestro avión a Austin por mal tiempo, nos obligó a perder casi todo un día de paseo en Nueva Orleans. Habíamos reservado el Hyatt House, ubicado en el Downtown, a unas 10 cuadras del French Quarter.
Confieso que durante toda la semana de planificación del viaje, resonó en mi cabeza la hermosa canción de Sting “Moon over…”, así que lo primero que hicimos fue ir a recorrer los alrededores de la mítica Bourbon St.
Llegar al barrio francés y ver su arquitectura, nos dejó un poco confundidos y es que probablemente haya pocas ciudades en el mundo que ostenten un pasado tan complejo y contradictorio como Nueva Orleáns.
Fue fundada en 1718 por Bienville, un explorador canadiense (en ese entonces territorio de Francia), sin embargo la mayoría de los edificios coloniales fueron construidos durante el dominio español.
En 1769, la ciudad nombrada en honor al Duque de Orleans, fue cedida a los españoles. Veinte años más tarde, un incendio destruyó la mayoría de los edificios de arquitectura francesa y las autoridades españolas decidieron reconstruir la ciudad utilizando su propia estética y sustituyendo la madera por el estuco para evitar nuevos accidentes. En el 1800, Francia volvió a adquirir el territorio de Luisiana con el Tratado de San Idelfonso pero Thomas Jefferson, preocupado por la libre navegación del Mississippi, le propuso a Napoleón comprar la ciudad. Necesitado de fondos para financiar su propia guerra con Inglaterra, Francia aceptó los 15 millones de dólares y Louisiana pasó a formar parte de la nueva nación americana.
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Atravesamos Canal st. donde el protagonista es el tranvía inmortalizado por Tennessee Williams en “Un tranvía llamado deseo” y con sólo cruzarla llegamos a Bourbon Street. Ese día se festejaba San Patricio y toda la gente estaba vestida de verde. El clima era fiestero y muy contagioso. Se veían vasos de todo tipo y color: alargados, con colores flúo, enormes copones o con luces que titilaban. El trago típico se llama Hurracaine (80% ron y 20% azúcar), pero hay varios locales donde tienen unos contenedores de daiquiri de distintos sabores. Nueva Orleáns es la única ciudad de EEUU donde está permitido tomar alcohol en la calle.
Los más jóvenes se acomodaban en los balcones y cuando pasaba por la calle alguna mujer o un grupo de chicas, tiraban collares a cambio de que se levantaran las remeras y mostraran los senos. Muchos de esos balcones construidos hace siglos parecían estar en el límite de su resistencia.
En la Bourbon valía todo y en cualquier rincón se podían ver personajes histriónicos: travestis super maquillados, frikies, mujeres casi desnudas, hombres con sus perros disfrazados, pidiendo unas monedas. En cada cuadra había un mini espectáculo que podía ser desde una banda de jazz, hasta nenes haciendo música con baldes o bailando tap. La música sonaba en todos lados: grupos que cantaban con un swing increíble, o bandas de dixieland, o de blues, o jazz, o música zydeco y cajun con tablas y violines.
Las luces de neón empezaron a prenderse y la gente, siempre de verde, iba llegando de a cientos. De un lado, un club de striptease, del otro un bar, al lado un negocio de remeras, arriba un bar, abajo el restaurante, al lado el Hustler club y enfrente un cartel de un enano ofreciendo tragos y bailes de caño.
Caminamos la Royal st. de punta a punta entre los balcones de hierro forjado y las galerías de arte, alejándonos y acercándonos de la Bourbon como si fuera un imán.
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Es que se trata de un espectáculo en sí mismo, un verdadero zoo donde vale todo y el descontrol no se pone en tela de juicio. Para los más jóvenes, la meca de la diversión en Nueva Orleans.
Locales y turistas se mezclaban compartiendo tragos, bailando en los bares, mirando una banda callejera o esquivando vómitos ajenos y propios.
Uno podrá mirar el circo y pensar en su transformación a través de los años, pero hace un siglo, la historia ya había dejado en este barrio una huella que nunca desaparecerá.
Storyville, un distrito que se mantuvo aislado entre 1897 y 1917 por ser una zona permitida para la prostitución, era un bloque formado por 38 manzanas junto al French Quarter. La prostitución se había convirtido en un negocio floreciente (casi 200 burdeles, cabarets, salas de baile, garitas, tabernas y escuelas de baile), en el que se abrieron cientos de establecimientos que ofertaban música en vivo para atraer más clientes, generando trabajo también para músicos, pianistas, cantantes y bandas (todos afroamericanos: criollos o esclavos liberados). Storyville se convirtió entonces, en el precursor de una nueva música donde el blues, hot, ole, ragtime y la música de las bandas militares, fueron los ritmos fundadores del jazz.
En medio de la Primera Guerra Mundial y a pesar de la oposición del gobierno local, la Marina ordenó el cierre del barrio preocupado por las peleas, los robos y los homicidios en los que se veían implicados los soldados. Al poco tiempo demolieron la zona y la sustituyeron por un proyecto urbanístico denominado Iberville. Muchos músicos quedaron sin trabajo y emigraron a Chicago y NY, lo que produjo cambios importantes en el desarrollo del jazz tradicional. El jazz en Nueva Orleans era más movido y utilizaba violines, acordeones y tablas de lavar.
Me imaginé un olor sofocante a sexo, a meo, a sudor esclavo, a cenizas del vudú, a alcohol, a billetes que los blancos pagaban por cuerpos sensuales con las ganancias de las plantaciones, donde el burdel era el único lugar donde se encontraban blancos y negros con naturalidad.
Estábamos cansados y yo me había olvidado en el hotel la lista de los restaurantes a los que quería ir. No había empezado a llover, pero se levantó un viento frío que dificultaba estar en la calle. Caminando por Bourbon pude reconocer a dos de los que estaban anotados: Arnaud's y R'evolution. De ambos nos corrieron amablemente porque los varones no tenían puesta una camisa. Formalidades que no me encajan en este siglo. Me acordé de uno israelí que me había recomendado Lea, y al que yo había desestimado (a pesar de estar puntuado en primer lugar en Tripadvisor), porque no me hacía a la idea de ir a comer falafel a Nueva Orleans. Nos tomamos un taxi y nos fuimos a Shaya, que quedaba pasando el Garden District, o sea, lejos. Atravesamos algunos otros barrios yendo por Magazine St., calle que me pareció hermosa, con una arquitectura muy distinta a la que habíamos visto en el barrio francés. Cuando llegamos nos dijeron que había que reservar con más de una semana de anticipación y que no podían acomodarnos. Le preguntamos si por ahí había algún otro lugar, porque ya estaba lloviendo y pintaba que se venía un diluvio. Nos indicaron un restaurante en la esquina llamado La Petite Grocery. Comimos hamburguesa, cordero y un cerdo crocante excelente. Después nos enteramos que estaba muy bien puntuado. El diluvio vino, pero nos agarro con una copa de vino, mirando una calle apenas iluminada por la ventana de un restaurante de Nueva Orleans.
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Día 2. Nueva Orleans
Después de un desayuno decente, teniendo en cuenta que estaba incluido en el precio de la habitación, nos fuimos a recorrer el French Quarter. La mayoría de las calles y plazas en el mapa tienen un nombre en inglés, pero las placas que las identifican, muestran su verdadero nombre español. La Bourbón era la calle de Borbón y Royal la calle Real. El tiempo no nos acompañaba, llovía y hacía un poco de frío. Fuimos hasta donde salía el barco que da un paseo por el Mississipi pero no se veía nada, apenas la silueta del puente entre la niebla.
El Natchez salía dos veces por día, quizás si el día prometía, me hubiera bancado el show turístico, pero sólo había una señora mayor en el último piso del barco tocando algo en un piano con sonido tubular, con el objetivo de transportarnos a la época en la que Mark Twain escribió sus novelas, pero a mi a la segunda canción ya me había puesto nerviosa.
El río y sus ramificaciones forman un delta que antaño regaban plantaciones y tierras cenagosas, donde cientos de esclavos cultivaban algodón, caña de azúcar, cereales, tabaco y arroz. Y al día siguiente, ya teníamos planificado un paseo por los pantanos.
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Queríamos ir al Café du Monde a comer los famosos "beignet", unas tortas fritas espolvoreadas con medio kilo de azúcar impalpable. Se comen acompañando un café con leche que se prepara con una receta que viene de la Guerra Civil que mezcla café y leche por partes iguales. El problema fue que a Todo Nueva Orleans se le había ocurrido lo mismo: una fila enorme para sentarse en el café y otra para comprar y comer al paso. Quedamos en volver más tarde.
Rumbeamos al French Market, donde compramos algunas baratijas y pedimos unas ostras (no nos dio para pedir salchichas de aligator). Por suerte el tiempo se estaba poniendo más lindo y volvimos al Moon Walk Promenade para ver el puente y el río sin niebla.
Con la lista en la mano, fuimos a Doris Metropolitan, un restaurante que con solo entrar, nos dejó contentos. A un costado, había un cuarto vidriado donde tenían la carne madurada. Pedimos una bruscheta de mahi mahi, hamburguesa (gourmet), sándwich de cerdo en cocción lenta y lo mejor, un ojo de bife madurado 21 días, que fue la mejor carne que comí en años (siendo argentina es mucho decir). Un lugar super recomendable.
Hasta el momento no habíamos probado la cocina creole (criolla) típica de Nueva Orleans, que tiene el ADN de múltiples culturas: africana, francesa, irlandesa, italiana, española, alemana, caribeña, indígena y portuguesa. Entre sus especialidades están los beignets, el gumbo (una mezcla de harina y aceite que se cocina lentamente hasta que se forma una salsa donde se apoya el pollo, salchicha o mariscos), tomates verdes fritos, los platos de arroz jambalaya, el Crawfish Etouffe y los frijoles rojos con arroz.
La cocina cajún en cambio, es muy diferente. Yo pensé que era picante, pero en realidad está muy condimentada y tiene una base de grasa y harina que le agrega consistencia y color.
Dentro de los platos típicos también hay dos sándwiches: las muffulettas de origen siciliano (con provolone y salame) y los po-boys hechos con pan francés, carne, lechuga y tomate, ideado durante una huelga donde se les repartía comida a los huelguistas (poor boys).
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Después de ese almuerzo sublime fuimos por los famosos beignets, que debo confesar que calentitos estaban muy buenos. Me llamó la antención que la mayoría de los que atendían o cocinaban eran orientales. Los chicos se fueron un rato al hotel y caminamos zigzagueando el barrio francés, entrando a galerías de arte, asombrados porque a sólo 3 cuadras de la Bourbon st. se respiraba un aire más pueblerino, de casas de madera, donde se escuchaba el canto de los pájaros. Nos sentamos en el parque Louis Amstrong, donde se suelen juntar algunas bandas de música y los locales se sientan a charlar. Vale la pena perderse entre las calles adyacentes y ver la arquitectura de las casas. En la calle St. Ann vi un hotelito que me pareció lindo, pero que tiene una ubicación inmejorable, lo voy a tener en cuenta para la próxima (Inn on St. Ann o el Bourbon Orleans).
Me hubiera gustado tener más tiempo para subirme a un tranvía y recorrer la ciudad. El de St. Charles Line en Canal Street atraviesa el Central Bussiness District hasta Garden District.
El tranvía de Canal St. Line, recorre en media hora la ruta desde el Harrah’s Casino, con vistas sobre el Misisipi, hasta el cementerio de St. Louis No.1. y el Riverfront Line, es un trayecto de catorce minutos entre el French Market y el Aquarium of Americas.
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Como estaba anocheciendo, nos fuimos a buscar a los chicos para ir al Preservation Hall. Se trata de un cuarto húmedo, con pocas sillas e incómodo, donde una banda de jazz tradicional toca todas las noches 3 funciones de alrededor de 45 minutos. La banda, llamada Preservation Hall Jazz Band, está formada por músicos veteranos y es el espectáculo clásico de Nueva Orleáns.
Cuando llegamos estaba lloviendo y ya había una fila larga para la función de las 21. Nos pusimos al final, después de tratar de convencer a los chicos de que les iba a encantar. No les quedó otra.
La entrada costaba 20 dólares y para cuando nos tocó entrar, no sólo no había sillas, sino que no había más lugar en el cuarto, por lo que debimos quedarnos a un costado, al lado de un pibe que ejercía el papel de cuidador y que constantemente miraba mi cámara de fotos, porque estaba prohibido sacar. Cuando terminó el repertorio, que era bastante medio pelo, la gente pedía algún bis por el que debía dejar obligatoriamente 5 dólares en una lata. Si querían “cuando los santos vienen marchando”, les costaba 10. Las guías decían que es un “must do” en Nueva Orleans, pero yo no te vuelvo. Prefiero la noche en Frenchmen.
Nos fuimos directo a Irene’s cuisine, al que habíamos intentado ir al mediodía pero estaba cerrado. Conviene reservar en todos estos restaurantes porque están siempre llenos. La comida estaba muy bien, en especial el cordero. También pedimos lasaña que no era nada especial pero estaba buena y de postre una cheescake y una mousse de chocolate con avellanas. Lo curioso del lugar, era que en un sector del restaurant había un altar repleto de santos y en una mesa estaba charlando animadamente el cura del lugar.
Caminamos un poco bajo la llovizna y nos topamos con grandes grupos de gente, guiados por un hombre vestido de vampiro.
Nueva Orleans tiene la reputación de ser la ciudad más embrujada de Estados Unidos. El vudú (importado por los esclavos africanos) y los cementerios antiguos con tumbas emplazadas sobre la superficie, se constituyeron como un atractivo macabro de la ciudad. Las historias de fantasmas son una marca registrada y los habitantes creen que los espíritus le aportan prestigio y exotismo a sus casas. De hecho, una de las atracciones más vendidas es el “Haunted Tour” que se hace de noche mientras se cuentan historias de terror. El epicentro parece ser la puerta de la Catedral, donde conviven tarotistas, adivinos y practicantes de vudú. Es que en el jardín trasero de la iglesia, una estatua de Jesús está iluminada de tal modo, que a la noche proyecta una sombra gigantesca sobre la fachada de la iglesia.
Volvimos al hotel a dejar a los niños y el clima terminó por derrotarnos.
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Día 3. Nueva Orleans- Slidell
Después del desayuno fuimos por nuestro auto de alquiler. Como buenos nabos nos olvidamos el GPS y tuvimos que alquilar uno que nos costó tomarle la mano. Con el auto en nuestro poder, levantamos a los chicos y nos fuimos directo a los pantanos. Habíamos leído que era mejor ir por nuestra cuenta, porque el viaje hasta ahí demoraba media hora, mientras que los tours te pasaban a buscar por los hoteles y demoraban en llegar 1 hora y media.
Los ríos del sur de Luisiana conforman un gran delta conocido como Bayou Country. Esta zona estaba habitada por los cajún, que eran descendientes de los refugiados franceses canadienses que migraron a fines del 1700 (aún hoy muchos de sus descendientes viven de la caza y la pesca de camarones y cangrejos).
Llegamos al mediodía, justo cuando estaba por salir una de las lanchas. Hay muchas empresas que ofrecen los servicios y muchos horarios para elegir. Nosotros optamos por Cajun Encounters.
Subimos a una lancha abierta con capacidad para unas 18 personas. La primera parte, donde fuimos en busca de caimanes, se me hizo muy parecida al delta del Tigre. El cielo nos amenazaba constantemente con una tormenta de proporciones, pero sólo tuvimos alguna que otra llovizna.
El recorrido duraba alrededor de una hora y media, y el guía lo hizo muy ameno. Iba cargado de malvaviscos, que eran la carnada perfecta para que los caimanes se acercaran a la lancha. Y mientras los caimanes se alimentaban de marshmellows, los habitantes de Nueva Orleans se alimentaban de caimanes a la parrilla.
Pudimos ver víboras, caimanes, pájaros enormes y hermosos, un conejo, tortugas, cangrejos y cerdos salvajes que se acercaban a la lancha en busca de algo para comer.
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Después la lancha enfiló hacia los swamps, que son los canales más estrechos del delta, donde los cipreses (árbol nacional de Luisiana), le aportan un toque misterioso, al estar cargados de musgos colgantes. Antes los árboles se usaban para construir casas, pero hoy está prohibido cortarlos.
Cada tanto veíamos una casa en ruinas, destruida por el huracán Katrina. Estas zonas se inundan varias veces por año, por eso se construyen sobre pilotes y son bastante endebles. El interior de los pantanos, donde el agua casi no se mueve y parece un espejo marrón, fue uno de los paisajes más maravillosos que recorrimos. Los cipreses se amontonaban formando un escenario mancomunado de musgo aéreo y sólo se escuchaba el ruido de los pájaros.
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Salimos todos muy contentos, porque no nos imaginamos que iba a ser tan divertido. Como habíamos prometido unas horas de compras para amenizar tanta caminata y paseos, nos fuimos a almorzar mexican a un shopping en Slidell, donde pasamos un par de horas.
Ya que teníamos el auto, aprovechamos para ir a conocer el District Garden. El siglo XVIII fue la época de oro de Nueva Orleans, cuando proliferaron las grandes plantaciones que empleaban mano de obra esclava para producir algodón, azúcar y café. Los nuevos comerciantes y terratenientes se establecieron en el barrio District Garden. Las mansiones sureñas de este barrio, son muy distintas a el resto de la arquitectura que habíamos visto. Eran grandes casonas de madera, con mucha vegetación, donde prevalecían las galerías con grandes columnas. Magazine St. tiene muchos negocios de diseño, como si fuera una especie de Soho. Como estábamos cerca de Shaya, el restaurante israelí, nos tiramos el lance para ver si había lugar y logramos una reserva para esa noche. Hacía frío y llovía. Volvimos al hotel para dejar a los chicos frente a sus pantallas y nos fuimos solos a la calle Frenchmen, la meca del jazz en Nueva Orleans.
Frenchmen Street, son sólo dos calles que están atrás del French Market, en otro barrio llamado Marigny. Llegamos a las 8 pm e inmediatamente el espíritu de Nueva Orleans se apodera de todo tu cuerpo. Un bar al lado de otro, era muy difícil decidir dónde sentarse a tomar una cerveza, entonces entramos a todos. O casi, porque como con un buen libro, uno quiere quedarse con esos sonidos y la magia de esas luces tenues sobre el escenario. Es sin duda donde se puede escuchar el mejor jazz y dicen que los músicos toman a esos bares para improvisar y jugar con sus instrumentos. La gente que convocan no va a emborracharse, ni de levante, van a escuchar buena música y hay un respeto inmenso por la banda que está tocando. Lamenté haber perdido una noche en el Preservation Hall.
Me gustó mucho la historia que leí en relación al origen de la palabra Jazz.
Entre 1897 y 1917 se legalizó la prostitución en Storyville, donde unas 2000 mujeres ejercían su profesión. Generaba tantas ganancias que se convirtió en la segunda industria de la ciudad, después del tráfico portuario.
Nueva Orleans contaba con un deficiente sistema de alcantarillado y las estrechas calles sin asfaltar del distrito rojo, apenas alumbradas por la tenue luz de las farolas de gas, se convertían en un hervidero de gente y de olores. La ciudad, asentada bajo el nivel del mar, se embarraba cuando llovía o subían las aguas del lago Pontchartrain.
Para contrarrestar los olores y seducir candidatos, las prostitutas empezaron a utilizar una fragancia de jazmín (jasmine). Aquel que abandonaba el burdel, impregnado del aroma del perfume, se decía que estaba “jassed“. A los músicos que tocaban en esos lugares se les pedía que lo hicieran en un estilo “jassed“, es decir, sexy, para que pudiera inspirar los bailes de las meretrices y satisfacer al personal masculino.
La música estaba muy ligada al sexo y a las apuestas. Incluso los dueños de los prostíbulos, en la puerta de sus establecimientos, anunciaban a esos músicos en grandes carteles que rezaban “Jass music“, con el objeto de llamar la atención de los transeúntes y una de las teorías del origen del nombre del ritmo musical.
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Buscamos a los chicos y fuimos a Shaya. Pedimos muchas entradas (falafel, hummus, pasta de berenjena), pollo a la mostaza, cordero en cocción lenta y un pescado. Estaba todo muy bueno y pudimos despedirnos de la ciudad brindando felices. Al día siguiente, nos esperaban varias horas de viaje en auto hasta llegar a la primera parada camino a Miami.
Nueva Orleans me deslumbró. Y ya estoy haciendo malabares para acomodar el regreso.
Nos vemos del otro lado de la orilla infinita.
cenar escuchando jazz.
Grupos estilo dixieland y algunas Big Bands
Buen hotel, desayuno incluido muy elemental. Me quedaría mas cerca del old town, porque estaba a 10 cuadras
Pensamos que no iba a deslumbrarnos porque era comida israelí, pero estuvo excelente. Indispensable reservar.
No pudimos entrar por no tener saco y camisa
Impecable
Fuimos de casualidad y quedamos muy contentos. Comida sabrosa y sin pretenciones.
Imperdible. Comimos la mejor carne madurada y un mami m ahí excelente. Vale la pena.
Muy rico y abundante. Es necesario reservar. Adentro tiene un pequeño altar
Especializado en pescados y mariscos. Muy bueno.