La Orilla Infinita
FERNANDO de NORONHA
Octubre 2015
Día 1. Recife
Después de tres horas hasta Río y otras tres hasta Recife, logramos llegar al hotel de Boa Viagem cerca de la 1 am. El Internacional Palace era bastante mas lindo que el último que habíamos estado (Fator Hotel). El problema era que para nosotros Recife siempre fue una escala a alguna otra playa del estado de Pernambuco y sólo nos quedábamos porque el avión llegaba muy tarde. Esta vez teníamos todo un día, porque la compañía aérea Gol nos reprogramó los vuelos y tuvimos que salir un día antes de lo dispuesto.
Sin auto y con pocas expectativas, después del desayuno nos fuimos a la playa que quedaba enfrente. Desde la ventana del piso 12 habíamos visto que unos arrecifes hacían de contención del mar abierto y pensamos que de ese modo podríamos salvarnos de la mordida de algún tiburón. Recife tiene un mar privilegiado, pero los baños están prohibidos porque varios tiburones se hicieron una picadita con algunos bañistas.
Era sábado de un fin de semana largo también en Brasil (12 de octubre), así que toda la ciudad festejaba con 30 grados a la sombra en esa misma franja costera de Boa Viajem. Aunque nunca elegimos playas en las que no hay dónde apoyar el culo, esa mañana me encontró feliz de vivir la experiencia. Era una romería de gente ofreciendo cosas y después de muchos años, la oferta ambulante me pareció accesible.
Hacía muchos años que en Argentina veníamos viendo cómo los brasileros se compraban el mundo entero, los encontrábamos a los gritos en EEUU, en Europa, en Argentina, en los centros de ski, en Uruguay… Siempre con bolsas, siempre de a miles. Esta vez nos tocó a nosotros. La devaluación en Brasil nos hacía un poco más felices y nos pedimos cerveza, caipirinha, queijo na brasa, helado, mais queijo na brasa con miel, mais uma cerveja, mais caipi de maracuja, mais helado, alternando con baños de mar y caminatas. Al consumir cualquier bebida de las barracas, se podían usar las sillas y pasar el día entero pidiendo cómodamente.
La gente estaba muy acostumbrada a esquivarse y jugaban a la paleta sin tocarte, remontaban barriletes, hacían castillos, mientras pasaban vendedores ofreciendo castañas de cajú, anteojos, camarones, pescado, caldinho, jugos, brochetas, ananá, cangrejos, helados, pareos, queijo. Eran tantos, que cada especialidad debía tener su propio sindicato.
Le habíamos prometido a Lucía que iríamos de compras, así que a la tarde nos fuimos caminando al Shopping Recife, que quedaba a unas seis cuadras del hotel. Cansadísimos, antes de volver nos decidimos por un restaurante italiano llamado Michelli que estaba ahí adentro (nunca en la plaza de comidas), para no tener que salir más tarde. A pesar de todos los prejuicios contra todo lo que está adentro de un centro comercial, la comida estuvo muy buena. Pedimos una moqueca de camarones y peixe que venía adentro de un pan de campo, una pizza y una pasta con salsa. Infaltables las caipis y los jugos naturales.
Antes de dormir, aproveché para sacar online todos los permisos de Noronha para ahorrarnos las colas que decían en los blogs amigos que había al llegar.
Fernando de Noronha es área de Preservación Ambiental (30%) y Parque Nacional Marino (70%) reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad (2001). La isla estaba bajo la administración de los militares brasileños hasta 1988, año en que se creó el Parque Nacional Marino y el archipiélago pasó a formar parte del estado de Pernambuco.
Para entrar había que pagar dos tipos de impuestos: el de preservación ambiental, que varía en función del tiempo que te quedes (cuanto más tiempo más cara, para que no se masifique la isla) y lo pagan todos los mayores de 5 años. El sitio para sacarlo es noronha.pe.gov.br
Había que llenar un formulario por persona (el menor de 18 va en el mismo formulario de cualquiera de los adultos) y vez completado aparecían tres links. Yo llené dos y el bancario no, por lo que no pude hacer el pago online. Igual los imprimí.
El otro trámite que pude pagar online fue el de la tasa de los Parques Nacionales, que es válida para 10 días y los menores no pagan pero deben registrarse igual (al momento de pagar descuentan el valor automáticamente según la fecha de nacimiento ingresada).
Día 2. Fernando de Noronha
Noronha está conformada por 21 islas (una sola habitada), muy alejada del continente en el Océano Atlántico: 525 kilómetros de Recife y 350 de Natal. Es una archipiélago volcánico, así que lo que queda en la superficie son los restos de un viejo volcán que emergió hace millones de años. El pico más alto es el Morro de Pico, que como un tótem de piedra, se hace visible casi desde cualquier punto.
En la isla viven unas 3500 personas que dependen absolutamente del continente, porque en Noronha no se produce nada más que lo que sale del mar y un poco de verduras para autoconsumo. Eso explica un poco lo caro que es, porque desde una arandela hasta un limoncinho debe ser traído desde Brasil continental: electrodomésticos, ropa, nafta, remedios, comida, es difícil de pensarlo, pero acá no existe la palabra urgente, porque todo tiene su tiempo.
Sus 4º por debajo del ecuador, hace que tenga una temperatura media de 28º, pero de noche sopla una brisa fresca muy placentera. Los nativos diferencian dos estaciones: una de polvo (septiembre a marzo) y una de barro (de abril a agosto), pero el clima parece tener bastante autonomía.
No-Roña
Los pobladores viven exclusivamente del turismo y preservarla de la contaminación es fundamental para mantener el negocio en funcionamiento. Por suerte el gobierno puso reglas para proteger el territorio, más que nada el marino. En las calles se veían muchísimos tachos. La basura que no es orgánica se lleva en barco hasta Recife. Un barco tarda en llegar unos 2 días y medio y como no entran los de gran calado, hay que hacer el traslado en barcos chicos, lo que implica todo un procedimiento. Nosotros vimos cómo en el aeropuerto la gente cargaba 5 o 6 heladeras de telgopor llenas de comestibles. Cuando estábamos haciendo la fila para embarcar, se nos acercó una señora mayor para preguntarnos si le prestábamos “kilos” porque estaba excedida con las heladeritas. Y es algo que pasa habitualmente.
El estado también controla la entrada de turistas (no más de 600-700 por mes) y de residentes para que no se dispare la población y no se alteren los pocos recursos de la isla. Los brasileños no pueden irse a vivir a menos que se casen con un local o que ya presenten un contrato de trabajo, para el cual igual se debe probar que la persona que dejó ese trabajo, se va de la isla porque se le venció el contrato o por otras razones. Uno x otro. Y lo mismo pasa con las cosas materiales: si querés cambiar el auto por uno nuevo o una heladera o lavarropas, tenés que mandar el viejo por barco al continente.
No hay propiedad privada: el gobierno te da la concesión de un terreno por 99 años para construir una casa que se puede heredar pero no vender.
El avión salió puntual y llegamos a la isla al mediodía (la mejor vista es al llegar y del lado izquierdo del avión). Me metí en la fila de los que tenían el trámite hecho pero no pagado. Era bastante más ágil que la otra, donde todos llenaban sus papeles y se hacía más larga. En 10 minutos estábamos con las valijas afuera.
No habíamos alquilado buggy porque pensábamos hacerlo en el hotel, así que nos tomamos un taxi y en 5 minutos estábamos en la pousada Solar de Loronha. En la isla no hay hoteles pie en la arena, pero algunos pocos tienen una trilha directa hasta la playa (Beijupirá, Ze María). No era el caso del nuestro, que tenía vista al mar porque estaba en un lugar alto pero para llegar era necesario estar motorizado. El hotel era lindo pero le faltaba onda, de esos lugares que tienen todo para ser divinos pero no llegan. Además, ni bien llegamos nos empezaron a decir todos los No de NOroña (que hay muchos): No se servía el desayuno después de las 9.30 porque si no lo cobraban, No se cambiaban las toallas ni las sábanas, No se cambiaban las toallas de playa. Nos dio la impresión que en muchos lugares, escudados en la preservación medioambiental que tienen como bandera (y que apoyamos a rajatabla), se hacen los vivos para ahorrar. Lo vimos en bastantes pequeñeces.
Comparados con los del continente, todos los alojamientos son bastante caros y la comida también. Por lo menos este estaba bien ubicado, porque había que caminar sólo unas cuadras hasta el centro histórico de la villa donde estaban la mayoría de los restaurantes y tiendas. No hay grandes cadenas hoteleras sino posadas con capacidad limitada y no se puede construir sino reformar lo ya existente respetando el entorno. No hay hoteles sobre las playas y el agua se obtiene de una planta vieja desalinizadora que reparte a los tanques todos los domingos (o eso nos dijo la de la primera posada para argumentar que no nos iban a lavar ni toallas, ni sábanas).
El centro histórico son 4 cuadras muy mal preservadas y empinadas, poco iluminadas y con cero interés de convertirlo un lugar especial. Lo más lindo es la iglesia Vila dos Remedios, típica portuguesa (parecida a las que se ven en Olinda) y el fuerte de los Remedios.
Así de chiquita como es (17km2), la isla fue intermitentemente ocupada por ingleses, franceses y holandeses, antes de que Portugal la tomara definitivamente en 1737 y construyera diez fortalezas para su defensa. Desde entonces, fue utilizada como prisión durante 200 años y como base militar estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, hasta convertirse hoy en un lugar turístico preservado, en el que impera la filosofía de la conservación ecológica.
Pero cuando uno se pregunta dónde está la prisión, la respuesta es que los presos estaban sueltos. Era la cárcel de máxima seguridad del imperio portugués, por lo que mandaban lo peor de la especie humana. Algunos estaban en el fuerte de los Remedios, pero la gran mayoría podía tener una casa y les daban permiso para vender algunas cosas. Los soldados y algunos de los presos podían traer a sus familias. De sólo pensar en los asesinos y violadores sueltos junto a los hijos y mujeres dando vueltas por la isla, se me ponía la piel de gallina. Los niños se prostituían y las venéreas estaban de parabienes. Sobrevivían unos pocos.
Los portugueses habían pelado la mata atlántica para tener una mejor visión de lo que hacían los presos, así que la isla no era el paraíso que estábamos viendo en nuestra visita. Nos contaron que una vez uno de los presos logró escapar de la isla y llegó en una madera hasta Natal ayudado por las corrientes marinas, pero apenas bajó a la costa lo metieron preso. Por eso, si alguno tenía la inquietud de irse al continente en una balsa, los soldados le daban un empujoncito porque además de que las maderas de la zona no resistirían más que unos pocos días, los tiburones eran los que mandaban. Los presos hacían algunos caminos y plantaban unas pocas cosas, pero una enfermedad llamada biri-biri (supongo que será el escorbuto) los mataba sin compasión. Si ahora es difícil el abastecimiento de comida, me imagino lo que sería en esa época.
Volviendo a nuestro primer día, como la habitación no estaba lista hasta las 14hs, nos pusimos las mallas para ir a la playa más cercana, la Praia do Cachorro, que quedaba pasando la parte histórica.
Dos cosas que son imprescindibles hacer apenas uno deja las valijas en la posada son: 1) canjear el papel del pago de los 10 días de parques nacionales (ICMBio) por unos carnets que se van a usar cada vez que se hace un paseo dentro del parque nacional y que conviene llevarlos siempre encima (Sancho, Atalaia, paseo en barco, buceo, playa de Sueste) y 2) ir lo antes posible al punto de atención de ICMBio que está en la Vila do Boldró (al lado del local del Projeto Tamar) para agendar una visita a las piscinas naturales de Atalaia o Abreus, porque dan turnos para 3 días después y ese trámite no puede hacerse online.
La Praia de Cachorro era la más concurrida por los pobladores y tenía un par de paradores. La arena era tan finita que se quedaba pegada en todos lados. La playa no era fea, claro, pero estaba atestada de gente. Era el domingo de feriado largo. La vista del morro más alto de la isla le daba un toque particular. Nos metimos al agua de olas grandes, donde los surfistas hacían lo suyo sin importarles quién estaba adelante. Desde la orilla podíamos ver la siguiente praia do Meio, a la que se accedía caminando con la marea baja. No tuvimos suerte ni ganas, así que nos quedamos ahí, pedimos lo de siempre (caipi y queijo) y volvimos para ocupar la habitación. Quisimos ir a ver el atardecer como recomendaban todas las guías turísticas pero estaba muy nublado. Los atardeceres se veían desde cualquier playa de mar de dentro. Los isleños diferencian a las playas según el mar que les toca: el de dentro es el que da al continente y el de fora el que da a África.
Teníamos muchos atardeceres por delante. Nos preparamos unas caipirinhas (fuimos provistos desde Recife con limoncinhos, azúcar, cachaça, y varias porquerías para picar en las meriendas o la playa) y planificamos los días venideros. Los paseos que todos recomendaban era el ilhatour, que consistía en dar la vuelta con un grupo (o podía hacerse con un guía particular) por todas las playas de la isla en un solo día. En infinidad de blogs ponen este paseo como indispensable, pero yo pienso que si se alquila buggy no vale la pena. El objetivo era conocer todas las playas y así saber a cuáles se van a querer volver. La isla es bastante chica y las playas no son tantas como para no leerlo en internet, ver fotos y evaluar comentarios. De todos modos, sin auto y ante la necesidad de tomar un taxi o el bus, es un tour que puede servir para ahorrar tiempo y plata.
El otro tour es el del barco. Ese íbamos a hacerlo para ver los delfines y las playas desde otro punto de vista: el de los conquistadores.
Fuimos al centro para comprarlo pero todos nos parecieron muy chantas. Nuestro primer restaurante fue el más cercano al hotel: Xica da Silva. El ambiente era lindo y comimos muy bien.
Día 3. Praia Sueste, Leão y Porto
Después del desayuno, nos habían conseguido un buggy muy estropeado con la promesa de cambiarlo después de las 4 de la tarde. Cualquier cosa nos venía bien para poder estar motorizados. Las playas de Sueste y Leão se podían visitar al mismo tiempo porque estaban cerca, ambas del lado del mar de fora. Para entrar a Sueste hay que mostrar el ingreso válido para los Parques Nacionales. Es la playa de las tortugas. Habitualmente las tortugas optan por la Praia do Leao para enterrar sus huevos y por la de Sueste para comer las algas que alfombran el suelo marino.
De cien bebés tortugas que rompen el cascarón y corren hacia el mar, sólo son dos los afortunados que van a llegar a la adultez. El proyecto Tamar que está en todo Brasil, se encarga de protegerlos de la extinción y organiza aperturas públicas de nidos de tortugas y conferencias nocturnas para concientizar a la comunidad.
Lo mejor es ir medio temprano, tipo 9-9.30 am. Es necesario alquilar un chaleco salvavidas en el PIC (es la oficina de los parques nacionales, donde se venden souvenires, se alquilan equipos y se compran papas fritas y helados). Un consejo es que en los PICs se venden unas cantimploras de plástico o metal. Se pagan una sola vez, pero ellos las rellenan con agua filtrada las veces que uno quiera y en cualquiera de los PICs de la isla.
Se podía contratar uno de los guías que estaban al acecho de turistas y que por R$40 te acompañaban al mar en busca de tortugas en su hábitat. Si no se logra ver ninguna tortuga, no te cobraban nada, es decir que garantizaban la efectividad de la expedición. Alentados por unos turistas argentinos que acababan de salir con un guía y nos dijeron que habían visto 15 tortugas y que podíamos ir solos perfectamente, nos alquilamos los chalecos (es obligatorio) y nos adentramos al mar con nuestras patas, máscaras y snorkel que habíamos cargado desde Buenos Aires. Todo se podía alquilar ahí mismo pero la verdad es que si se tiene es mejor llevarlo. Lamentablemente el agua no estaba muy cristalina y se veía un poco turbio, pero nos cruzamos con un par de tortugas a pesar de haber nadado para todos lados como una hora. Mi consejo es contratar el guía que sabe donde se esconde cada una de ellas (apuesto que hasta les deben haber puesto nombre y apellido) .
Una vez terminado lo de las tortugas era mejor irse a otra playa, las aguas en Sueste son un poco más turbias por las algas que comen las tortugas y aún nos quedaban muchas para conocer.
La praia do Leão quedaba casi al lado, pero había que bordear una montaña rocosa. Creo que se podía hacer caminando cuando hay marea baja a través de las rocas, pero nosotros fuimos en buggy. Estacionamos al lado del mirador y después de las fotos de rigor bajamos hasta la playa. No había nadie. La arena era tan dorada que el contraste con el agua turquesa y las rocas volcánicas la hacían más extraordinaria. Nos encantó y decidimos volver algún día, aunque no aconsejaban hacer snorkel por las fuertes corrientes y las olas que son bastante grandes.
Nos quedamos un rato y nos fuimos a la Praia de Porto (en realidad se llama Santo Antonio y está en la otra punta de la isla) porque a las 3 de la tarde la gente de Proyecto Tamar iba a hacer una captura intencional de tortuga para hacerle el control biométrico.
Todas las tortugas, o por lo menos las que vimos mientras hacíamos buceo y snorkel, tenían la arandela metálica que les ponen los biólogos. Se juntó bastante gente, hicieron una breve explicación y se fueron en busca de una tortuga. Martín salió con ellos, pero los tres tomaron diferentes rumbos y uno solo salió con una tortuga a la superficie (que no era el que siguió Martín). La midieron, nos mostraron sus anillos identificatorios. Nos contaron que tenía unos 86 años y no era de las más grandes. Después de pasarla por toda la ronda para que la veamos más de cerca, la devolvieron al mar. Todas las explicaciones y charlas eran en portugués.
Cuando terminó lo de las tortugas nos fuimos a ver las playas que estaban en esa punta de la isla del mar de fora. El buraco de Raquel, que es un agujero natural en la roca y que está al lado del museo del tiburón y la playa de Caieiras que es sólo para mirar de arriba porque está llena de rocas y las olas son algo grandes.
Volvimos al hotel a cambiar el buggy con la intención de ir a ver el atardecer a alguna de los puntos recomendados, pero estaba totalmente nublado y finalmente comenzó a garuar.
A la noche nos fuimos a un restaurante en Vila do Trinta llamado Varanda. Tuvimos que ponernos en lista de espera y al ratito ya estábamos sentados en la mesa. Había mucha gente y nos tocó un mozo que demoró muchísimo pero tenían un menú más interesante que Xica da Silva. Probamos el ceviche, que estaba muy rico pero no era tan alimonado como el peruano al que estamos acostumbrados, rabas, y Martín otro pescado. Nosotras carne. Es insólito pensar que dos de los tres no comíamos pescado en la meca de los frutos do mar. Es el único producto que sale de la isla, fresco y muy codiciado.
Día 4. Bahía do Sancho, Bahía dos Porcos y Cacimba do padre.
Después del desayuno nos subimos al buggy y enfilamos para la Bahía do Sancho, la playa más linda de Brasil y una de las mejores del mundo.
Sólo hay una ruta asfaltada que permite cruzar la isla de norte a sur en 15 minutos y las calles de tierra que llevan a las diferentes playas salen de la principal. Está bien señalizado y con un mapa es imposible perderse.
Para humillar al resto de las playas tiene sus propios miradores, para los que hay que presentar el carnet de ingreso al Parque Nacional Marino. La entrada es por el PIC Golfinho-Sancho y hay que caminar unos 900mt. por una pasarela hecha con plástico reciclado.
Rodeando la falesia se llega hasta el mirador de Sancho. El último tramo de 170mt. lleva hasta el mirador de la Bahía dos Porcos. Como nosotros somos un poco ansiosos, obviamos los golfinhos que a esa hora ya no se mostraban en la bahía (hay que ir bien temprano: a las 6.30 se puede ir con los biólogos que explican un poco acerca de los delfines y prestan binoculares para poder verlos a lo lejos).
Las vistas son del mismo paraíso, de esas que uno ve en las fotos ajenas y dice “esto no existe, está retocado”.
Desde el mirador de Porcos hay que bajar por una escalera de metal encajada en la piedra hasta llegar a la arena. Son tres tramos, algunos muy angostos pero para nada difíciles a menos que seas claustrofóbico severo o sufras de vértigo y no puedas controlarlo. No es mucha la gente que se anima. Conocimos personas que en vez de hacer el esfuerzo de la subida y la bajada esperaban a ir con el barco y llegar de este modo a la playa. Pero ese paseo sólo se detiene 40 minutos y esta playa merece días y días de puro disfrute.
Fernando de Noronha no es un lugar para gente muy grande, ni para discapacitados. No digo que no puedan ir, pero se perderían casi todos los paseos, porque hay mucha piedra, subidas y bajadas algunas que requieren esfuerzo. Las calles están espantosamente conservadas. Los caminos secundarios, que son la mayoría, tienen cráteres que hasta al buggy que parece un tractorcito, le costaba atravesar. Casi no hay autos normales (sólo son taxis) y alguna que otra camioneta o microbuses de los hoteles. El resto son cientos de buggys de distintos colores que se cruzan esquivando piedras y pozos varios.
Uno se da cuenta ahí que el "primer mundo brasilero" sigue siendo latinoamericano y que los millones que entran de tasas de impuestos no van a parar a la mejora del lugar.
Nos metimos en ese agua turquesa y cálida, pero había olas bastante grandes.
Lucía y Martín se pusieron las máscaras de snorkel y se fueron a investigar. Yo me quise quedar tirada en la arena sacando fotos. Encontré una mini playa del lado derecho, donde entre las rocas se formaba una pequeña piscina natural. Me metí con el snorkel y alterné sol y agua hasta que apareció mi familia con cuentos de peces y rayas. La vida marina en estos parajes es increíble y no en vano es considerado uno de los puntos de buceo más codiciados del universo, ya que tiene una visibilidad de 20 metros bajo el mar. Las especies más buscadas son las tortugas verdes, los delfines rotadores, los tiburones y las rayas. Nosotros por suerte sólo vimos tres de ellos. Lucía y yo teníamos terror de meternos en una cueva y que se nos apareciera un tiburón, pero para nuestra felicidad y la desgracia de Martín, lo más peligroso que vimos fueron rayas y morenas.
Nos quedaba para la tarde llegar a la Bahía dos Porcos. Volvimos a subir la escalera y atravesamos la pasarela después de hacernos de unos helados llamados Don Diego, que son cremosos y parecen más naturales (el de mousse de maracuyá es destacado y el de banana con salsa de nutella está muy bueno).
Para entrar a la Playa de Porcos, había que entrar por la playa de Cacimba do Padre. Se llegaba en buggy casi hasta la entrada. Atravesamos la barraca das Gemeas y nos pedimos una limonada y dos caipis. Enormes y en su punto, es decir, imperdibles.
Cacimba do Padre es una playa grande y ancha, diferente al resto y con olas grandes (de noviembre a marzo las más grandes de Brasil). Podía ver la transparencia de los cuerpos atravesando esas olas perfectas. Una vez terminados los tragos, nos fuimos hasta Bahía dos Porcos, a la que se accedía yendo a la izquierda y atravesando una pequeña montaña caminando entre las rocas (es el único modo). La marea estaba alta, por lo que nos costó un poco más. Era una bahía chica pero hermosa, desde donde se tenía una vista maravillosa y muy cercana de los Dois Irmãos. Tener una idea de las en Noronha es muy importante, pero en casi todos los hoteles están informados.
El agua en esta pequeña bahía era perfecta para hacer snorkel. Después de ir y venir en busca de especies marinas, volvimos a atravesar las rocas hasta Cacimba para agarrar el buggy. Otra vez sin atardecer.
De diciembre a marzo se produce un fenómeno llamado swell en el que los fuertes vientos transforman al mar en la meca de los surfistas. En enero se llegaron a registrar olas de hasta 4 metros, que para gente como uno, resultaría insostenible acercar un pie a la orilla. Justo la semana que estuvimos, nos tocó una de estas manifestaciones eólicas, que duró menos de una semana pero hizo un pico de 2 días en los que se formaron olas importantes, el agua estaba más turbia y había más arena revuelta en la orilla. Nosotros la pensamos bien y fuimos en octubre para prevenir cualquier fenómeno de lluvia o viento, pero quien controla todos los botones nos jugó una mala.
Teníamos que hacer las valijas porque nos mudábamos a otro hotel por falta de lugar. Mejor, porque el que nos tocaba parecía más lindo.
A la noche fuimos a cenar al Restaurante Du Mar por recomendación de Mati y Dani. Pedimos una moqueca de camarón muy rica y un sándwich de pollo. Quedaba en la Vila do Boldró y valía la pena la visita.
Día 5. Praia do Boldró, Buceo en Porto.
Amaneció feo. Antes de lanzarnos a la playa teníamos que hacer la mudanza de valijas a la Pousada Triboju . Con sólo traspasar la puerta ya te hacían sentir especial. El lugar era muy lindo, bien decorado y todo lo que nos dijeron empezaba con SI. La habitación todavía no estaba lista, así que nos dieron toallas para que vayamos a la playa y salimos.
Pensábamos que no íbamos a poder bucear, pero empezó a mejorar un poco y nos fuimos a conocer la playa de Boldró, en la que muchos blogs dicen que con la marea baja se forman piscinas naturales. Era muy linda, pero había un parador (bar de Gerson) que ponía música horrible a todo volumen. Cuando los alejamos un poco, se largó a llover. Como era imposible refugiarse en ese bar, nos fuimos al puerto a esperar la salida de nuestro paseo submarino en el restaurante Mergulhao, un lugar hermoso, con vista a la playa del puerto y al Morro do Pico. La música, el ambiente, el servicio y la comida merecen la visita. No era conveniente comer mucho antes de subir al barco y me quedó pendiente la caipirinha, pero gracias a ese lugar nos olvidamos del mal tiempo.
El encuentro con el resto del grupo era a las 13.30. Lucía y yo estábamos un poco más ansiosas. La mayoría eran principiantes como nosotras que iban a hacer el bautismo. Martín y otros dos, en la primera inmersión bajaban en el mismo punto y en la segunda los llevaban media hora a otro lugar. La compañía se llamaba Noronha Divers y eran muy profesionales. Habíamos intentado sacar con Atlantis, pero era un mundo de gente y no tenían turno para cuando nosotros queríamos. Para bucear cada compañía tiene que elegir un punto diferente. No puede haber amontonamiento y eso está bueno.
La dinámica era un instructor por persona que durante media hora te acompañaba en el recorrido. Como éramos muchos, lo hicimos en tres turnos. El mío sin duda era un hombre de mucha paciencia. Lo hice subir y bajar un par de veces porque tardé mucho en compensar los oídos, pero decidí no darme por vencida e hice bien todos los deberes. También contratamos una filmación para Luli. Si la hacíamos, la hacíamos bien.
Una vez abajo, me dejé llevar por ese mundo silencioso y lento, cuya belleza se acrecentaba con los cambios de luces y sombras. Contra el acantilado, descubrí peces de todos los tamaños y formas y las tortugas se acercaban a nosotros aceptando la visita. Por momentos me sentía dentro de la Ocean Magazine. Martín bajó sin instructor y acompañó a Lucía durante todo el trayecto, que para todos fue un paseo maravilloso. Una vez arriba, esperamos el turno de los pasajeros que faltaban y después bajó Martín y lo buscamos en un punto más lejano.
Tratando de que no se nos escapen las imágenes recientes, nos fuimos al hotel nuevo. La habitación era doble, cada una con su heladerita, su TV (no la prendimos en toda la estadía brasileña), productos de Natura en el baño y “si necesitan más nos avisan”. A la noche decidimos quedarnos a cenar en el hotel porque el restaurante estaba bien rankeado. Martín se pidió uno de los platos más ricos que había probado (atún en costra de caju crocante) y yo un risotto con crema de palmitos y una cheescake con pitanga. Debo decir que nos llamó la atención que en todos los lugares que fuimos, el menú era bastante gourmet y elaborado.
Después de muchos días de estar a pura caipira, nos pedimos un vino español, aconsejados por nuestro mozo que se llamaba Pedro y era lo más. Argentino, casado con una recifense, y que se habían mudado a Noronha hacía un año y medio cansados de los embotellamientos y la agresividad de la mayor ciudad pernambucana. Nos preguntábamos cómo una persona culta, con intereses e inquietudes varias, podía hacer un cambio de vida tan rotundo. Acá no hay cines ni teatros ni nada más que lo que se ofrece de shows para los turistas y que siempre se repiten.
Cuando le preguntamos cuáles eran sus planes, nos contestó que sólo quería ser padre, que su mujer ya tenía 38, pero que en la isla no había maternidad y que para tener un hijo debía trasladarse al continente cuando se cumplieran los siete meses de embarazo. Tenían a la familia de ella en Recife, pero si no, el gobierno los ayudaba con el alojamiento y corría con los gastos del parto del hospital público. El padre sólo tenía permiso para tomarse nueve días (también financiados por el gobierno). Es decir que no existe ningún bebé nacido en Noronha.
Sólo hay un centro sanitario para cubrir emergencias y asuntos médicos de rutina, sin complejidad, de lo contrario hay que ir hasta Recife con los gastos cubiertos por el gobierno, al que le conviene pagar cada tanto alguna eventualidad, que poner un centro con todas las maquinarias necesarias sin tener la posibilidad de contar con repuestos para mantenimiento y médicos especialistas.
Lo invitamos a Pedro con un fondito de vino y brindamos los tres por estar ahí, por el vino, por la noche, que se yo…
Día 6. Atalaia, Praia da Conceição
A la mañana temprano el día pintaba lindo. A las 12 del mediodía teníamos agendada la visita a Atalaia, una playa en la que cuando hay marea baja, se forma una piscina natural en la que hay bastante diversidad de peces. Como estábamos en el hotel lindo nos levantamos tranquis, desayunamos opíparamente y ya no nos daba para hacer nada de los planes que habíamos hecho noche anterior. El mozo argento nos había dicho que por la posada contigua se podía ir caminando por una trilha hasta la playa de Conceição, que eran unos diez minutos. Nunca nos dijo cómo era esa trilha. Decidimos ir aunque sea para darnos un chapuzón antes del paseo a Atalaia, que ya sabíamos que para llegar a la playa también había 1,5 kilómetros de caminata.
Casi pegada a la pousada de Triboju está la de Beijupirá, a la que se puede acceder por una pasarela hasta llegar a la trilha. La bajada no tuvo grandes dificultades. La vista de la playa entre el Morro do Pico y la mata atlántica era bellísima. Apenas pisamos la costa, Lu y yo nos tiramos al agua de cabeza, pero a los 5 minutos teníamos que volver para estar a tiempo en el punto de encuentro del grupo de Atalaia. La subida fue mortal, realmente mortal y llegamos igual de transpirados como bajamos. Por suerte a esa playa también se accede en buggy.
Para entrar a Atalaia hay que mostrar los pases de parques nacionales. Éramos unas 15 personas y el camino hasta la pileta natural era espantoso. Serán 1.5 km en una zona árida, sin ningún encanto. Para este paseo se ofrecen dos tipos de caminos: el largo de 4-5 km que llega hasta la misma pileta natural (el tiempo de inmersión es el mismo en ambos) y el corto que es el que nosotros elegimos. Si el largo es igual al que hicimos, es tiempo perdido, pero no lo sé.
Antes de salir hay que alquilar chalecos porque en la piscina No se podía estar parado, No se podía tocar los corales, No se podía levantar nada del fondo del mar, No se podía tocar a los peces, No se podía entrar con protector, No se podía entrar sin que el instructor lo indique, No se podía estar más tiempo de lo que el instructor indique, No se podía nadar, No se podía patalear. Yo entiendo que estas reglas son necesarias para preservar los lugares de algunos pelotudos (nos contaron que antes se podía escalar al Morro do Pico, pero la gente tallaba sus nombres en las piedras, así que lo prohibieron), pero la verdad es que con tantos NO se hace difícil estar bien predispuesto. La policía piletera (una voluntaria de los parques), tenía un silbato que hacía sonar a cada rato, cada vez que alguien hacía algo indebido. Creo que algunas veces era para nosotros. No es que quisiéramos hacer algo impropio, pero la profundidad de la pileta era de 80cm en el lugar más profundo y algunas veces me quedaba atascada en lugares de 30cm. Explicame cómo hago para salir de ahí sin tocar las rocas!
Ese día debido al swell y la marea el mar estaba con muchas algas, pero daba para bracear y meterle algas en la cabeza del otro. La pileta natural no es muy grande que digamos y a veces nos chocábamos con otros. Vimos una morena, peces lindos, algún cardumen, pero nada que no se vea en otros puntos de mergulho de la isla. Dicen que se ven pulpos y hasta tiburones chiquitos, pero creo que el lugar tiene más mito que realidad. Pero como dijo el guardaparque, fuimos uno de los pocos afortunados que logró llegar hasta ahí. Porque el turno de visita lo entregan recién para 3 días después y si lo pedía antes de tu salida, es probable que no llegues. Nuestro mozo amigo del hotel, nos dijo que hay otra piscina natural más chica pero más profunda y que se ven más cosas que se llama Aubreus. Será la próxima, porque no se puede sacar turno para las dos, hay que elegir.
La vuelta por la trilha se hizo más larga, quizás porque no teníamos ninguna expectativa de ver nada en el camino.
Nos fuimos a almorzar a la Posada Maravilla, la más cara y exclusiva de la isla. El restaurante tiene una vista hermosa a la playa de Sueste y no es tanto más caro que el resto de los que fuimos. Yo pedí una milhojas de mignón con salsa de champiñón y costra de provolone. Estaba tremendo, tanto, que cuando Lucía terminó su ensalada se pidió otro igual.
De ahí volvimos a hacer snorkel a la Bahía dos Porcos. El fenómeno swell estaba casi estabilizado y anunciaban que el viernes ya iba a estar normalizado, el único detalle era que el viernes nosotros nos estábamos yendo. Dimos unas vueltas cerca de las rocas, los cardúmenes de peces azules nos pasaban por al lado. Como el día estaba lindo, nos fuimos hasta la playa de Conceição para ver finalmente algún atardecer. Los pájaros se tiraban de a 3 o 4 en picada casi sobre los bañistas para salir con algún pez en el pico. Lamentablemente a la hora señalada, el cielo se cubrió de nubes y nuestra última chance de ver los colores del cielo sobre el mar noronhense fracasó.
Cansados, nos fuimos hasta el centro para buscar la película del buceo del día anterior. Como teníamos que esperar a que lo pasen al pendrive, yo me quedé un rato esperando en la plaza de los flamboyanes, que de noche con esas luces verdes horrendas que le prenden, tiene el mismo aspecto que el bosque embrujado de Blancanieves. A la noche volvimos a comer en Triboju langostinos empanados, filé mignon con ajos confitados y un nuevo vino español.
Esta vez, con la copa servida, nuestro mozo no logró tomarla porque fue reprendido por el gerente. Una pena. Le aconsejamos que la lleve a la cocina y como en la “fiesta inolvidable” se lo tome atrás de la puerta. Era nuestra última noche en Noronha y como un presagio vino un cantante a animar la velada con un repertorio de MPB increíble. Después se armó la joda porque entre el público había dos actores muy famosos de novelas de la Rede O Globo y uno de ellos subió a cantar rock haciendo mover el esqueleto a toda la audiencia. Nosotros no conocíamos a nadie, pero estuvo bueno. Martín ya había devuelto el buggy, porque al día siguiente nos venían a buscar a las 7.30 para hacer el paseo en barco y no valía la pena pagar el medio día que nos quedaba por delante.
Día7. Último día: Paseo de barco, Praia da Conceição
Después del desayuno tempranero en Triboju, nos fuimos a esperar el transfer al puerto pero vinieron más de media hora más tarde. El paseo decía de 7.30 a 11 pero en realidad hasta que termina de buscar a todos los turistas (muchos salen de sus posadas hasta 15 minutos más tarde y todos esperamos en el micro), el barco salió a las 9.
Noronha es la meca de los delfines rotadores. Cada mañana se juntan miles de ejemplares en la Bahía de los Golfinhos y en las islas secundarias cerca de isla do Meio, Sela Gineta y Rasa. Vienen a jugar, a aparearse y a descansar después de una buena noche de pesca. Cuando el barco se deslizaba, ellos se acomodaban de a cuatro por lado en la proa y acompañaban la dirección del barco jugando y saltando. Cada tanto los que están un poco más alejados hacen una pirueta y giran en el aire mostrando sus habilidades.
Sin embargo, el capitán del barco dijo que no es fácil encontrarlos debajo del agua, porque está súper prohibido parar con el barco por las zonas donde ellos se encuentran y desde la costa es difícil nadar hasta sus espacios. Puede pasar que de casualidad algunos se crucen en tu camino de snorkel o buceo, pero casi nunca sucede. Por eso está bueno hacer el paseo de barco para poder verlos durante un rato largo. El barco recorre la costa del mar de dentro de punta a punta y hace una parada de 40 minutos en la Bahía do Sancho para hacer mergulho. Nadamos con algunos cardúmenes audaces que nos rodeaban y nos hacían morir de risa y vimos una raya que llegó casi a la orilla. Volvimos al barco y de ahí directo al hotel a devolver la habitación. Qué tristeza me daba volver. Nos habían quedado varias cosas sin hacer (además del atardecer). Agarramos las toallas y nos fuimos rumbo a la trilha que bajaba hasta la playa de Conceição.
Como no habíamos almorzado y el sol estaba muy fuerte, nos quedamos apostados en la sombrilla del parador Duda Rei, uno de los más famosos y emblemáticos de la isla. Queda un poco alejado del agua, pero tiene buena música. Pedimos camarones a la milanesa y tres quesos a la plancha, pensando que nos traerían como siempre el queso en el palito de brochete. Cuando vinieron, eran 3 platos enormes de queso, imposibles de terminar. Nos dimos un buen baño de mar. Las olas estaban hermosas y a punto para barrenar. Hora de irse.
Antes pensaba en una isla perdida en el océano, cerraba los ojos e imaginaba un mar transparente y turquesa, le ponía peces de colores, delfines nadando cerca y tortugas que se acercaban para darme la bienvenida. Caminaba en una arena fina y dorada, los días eran cálidos y las montañas me regalaban el vuelo de sus pájaros que cada tanto, caían en picada al agua en busca de una presa cuyo cardumen me rodeaba coronando mi llegada al paraíso. Tuve la suerte de poder conocer el lugar de mis sueños y aunque queda un poco trasmano, a nosotros no nos queda tan lejos.
Nos vemos del otro lado de la orilla infinita.
Espectáculos
- En el bar de Cachorro hay música en vivo o forró todas las noches. - A unas pocas cuadras al lado de la iglesia, está Musenza que tiene jazz y otras músicas en vivo (ver cartel en la puerta con el programa).
- Los jueves hay un stand up (en portugués) del músico más conocido de la isla en la Pousada Triboju (de su pertenencia).
- Samba en ‘O Pico,
- Festival gastronómico en Zé María los miércoles y sábados (la reserva se hace con meses de anticipación).
- Música en vivo en Duda Rei (preguntar)
- Martes en Ginga hay música en vivo
- Domingos en Restaurante O Pico hay MPB.
Para pasar una noche y seguir a la playa
Lindo hotel, pero con mas No que SI en su atencion y disposición. Todo lo hacen midiendo cantidades. Habitaciones amplias y ducha excelente. Desayuno muy repetido y servido de a uno, por lo que si hay mucha gente es lento. Le falta un poco de onda a sus empleados y a los lugares comunes.
Espectacular en todo sentido
Hotel divino, su nombre lo dice todo
Siempre lleno, hay que reservar. Comida muy buena y abundante. buen menú, mucha gente, nos tocó mal servicio, pero volvería para reivindicar. Queda en Vila da Trinta.
Vista hermosa. Comida deliciosa y muy bien presentada, excelente música. De lo mejor
Vista inmejorable, atencion y comida de lujo. Caro.
queda en Foresta Nova. Rico y lindo lugar
Muy buena comida y atención y un menú original. Los jueves hay música en vivo. Vale la pena.
pie en la arena, buenas caipis, platos abundantes. Carisimo.
Excelentes y enormes caipis y limonada. Sirven pescado freso al estilo de la isla. La próxima.