La Orilla Infinita
CUBA
Julio 2015
Días previos ver Atacama-Salar de Uyuni
Día 8. La Habana
Llegamos a La Habana a las 11.30 pero las valijas aparecieron en la cinta 1 hora más tarde (por suerte era el único vuelo). Salir fue un shock pasteurizador: del frío despiadado a un calor pegajoso y húmedo de más de 40 grados.
Tomamos un taxi hasta el hotel Iberostar Parque Central, que está muy bien ubicado.
Después de sacarnos la arena de la bicicleteada por las dunas del día anterior, guardamos toda la ropa de invierno y sacamos a relucir musculosas y shorts. Caminamos por la ciudad vieja sin rumbo, observando a la gente, escuchando su ritmo, sus discusiones callejeras. No sé si será el calor, pero el aire de la Habana queda suspendido casi sin movimiento. En muchas calles hay un olor a basura tremendo, que se hace difícil de bancar, pero ya aprendí que cuando hay tachos, tengo que respirar por la boca y listo. La Habana es así (como nos pasó en la India), la amás o la odiás. A mí me parece fascinante.
Nos hicimos los interesados en comprar habanos truchos para que nos lleven a una casa particular, hasta que nos cansamos de que nos hagan el verso y nos fuimos (el mismo verso nos lo hicieron con el festival de rumba, de salsa y de música popular cubana). Algo que me impresionó, fue la forma en la que las mujeres pueden sostener esos culos enormes sobre tacos tan endebles. Aplauso, medalla y beso.
Tomamos mojito, nos perdimos, fuimos al malecón, nos deshidratamos y volvimos a tomar aire acondicionado al hotel. La Habana vieja tiene un latir propio. Los autos antiguos no son para el turismo. Es verdad que los que están mejor conservados funcionan como taxis, pero la mayoría de la gente tiene un auto americano (pre ’60) hecho pelota. Escupen gases a lo loco y según nos contó el taxista que nos llevó al hotel, tuvo que cambiar el suyo porque consumía nafta a lo bobo.
A la nochecita y más repuestos, nos fuimos directo a La Floridita con la ilusión de tomar el daiquiri más famoso del mundo. Nada destacado, pero había muy buena música. De ahí directo a La Bodeguita del Medio a probar el mojito. Casi todos los restaurantes-bares de esta zona tienen excelente música en vivo. Los músicos se acurrucan en un pequeñísimo espacio del local y cuando empiezan a tocar ese ritmo tan contagioso (siempre hay una/un cantante, un contrabajo, una guitarra, tumbadoras y maracas), se transforma en un lugar inmenso. Es divertido porque hay gente que cuando uno llegó, ya va por el mojito Nº6 y baila, grita, recita, y ese barcito se convierte en un espacio mágico.
De vuelta en las calles, nos vinieron a ofrecer los servicios de un paladar (restaurante que no está en un hotel, reconocido por el gobierno para poder trabajar con turistas) que quedaba en un callejón perpendicular a la Catedral. El pibe se llamaba Henry, era el cocinero y además, lo obligaban a ir en busca del cliente. En realidad nos convencieron su sonrisa y sus ganas. La comida estaba bien.
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La vez anterior que vine a Cuba (1986), las cosas eran muy diferentes. Supongo que con la desaparición paulatina de la generación que luchó en la Revolución, las nuevas van tomando la posta y van cambiando los valores y las prioridades. Aquella vez, vi una generación orgullosa de tener el país que habían conseguido, y en las calles había más respeto hacia las conquistas logradas, se veía en las propagandas callejeras. Sólo los más jóvenes se quejaban de no poder salir del país, o de no tener las zapatillas o el reloj que le veían a los turistas y anhelaban una vida mejor y con más comodidades. Ser argentino era todo un orgullo porque se era compatriota del Che y así te lo hacían sentir en cada conversación. Ahora, casi no hay carteles en la calle, el Che está en los souvenirs, y el Papa argentino, o Messi o Maradona son más fuertes. Ahora sí que tenemos personalidades importantes.
La gente joven es más irreverente. Hoy, aquellos que pedían con resentimiento lo que no podían tener, son la generación que debería estar satisfecha por lo logrado. Y todo se va transformando. Están muy expectantes con lo que pueda pasar con la apertura del bloqueo económico. Algunos tienen miedo de perder la seguridad en la que se vive, otros dicen que va a haber una explosión de turistas y que necesitan esa plata para estar mejor y otros dicen que acá no va a pasar nada.
Antes de venir me dijeron que la gente pedía mucho, que trajera jabones y biromes para repartir. Lo que vimos estos tres días, es que los únicos que piden algo son los más viejos, que dan vueltas por los lugares turísticos tratando de sacar una moneda, o te piden jabón con un gesto. Los más jóvenes están atrás del mango, de la chiquita, o te joden cuando salís del hotel para ofrecerte un paseo en sidecar mateo, coco taxi, bici taxi, autos viejos, autos nuevos, a babucha…
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Día 9. La Habana
El desayuno del hotel fue obsceno. Nadie puede imaginarse después de andar por las calles de La Habana vieja y habiendo visto lo que se ofrece, lo que hay en los almacenes y lo que se come en los paladares, que alguien pueda incluir semejante cantidad de comida en un solo lugar. Langostas, espárragos, quesos podridos, champagne, licuados y jugos, frutas, cereales, huevos de todo tipo, para poder abarcarlo todo, tendríamos que habernos levantado antes. Antes de salir, pedimos un mapa para ubicarnos mejor y fuimos rumbo a la Plaza de armas.
Me llamó la atención que todas las calles tienen nombres fáciles de recordar: Cuba, Habana, Mercaderes, Obispo, Prado, Bombilla, nada de Sánchez de Bustamante o Remedios de Escalada. Una genialidad.
Por suerte nos volvimos a perder y nos desviamos de la Habana turística. La gente se acerca a preguntarnos de dónde somos. A veces desconfiando de que lo hacen para vendernos alguna cosa, seguimos sin contestar, pero a mi me da por hablar (tengo esa pequeña característica). Uno de los muchachos nos dijo que lo perdonemos por hacernos preguntas, pero como ellos no podían viajar, conversar con los turistas era una forma de hacer un “viaje imaginario”. Desde ese momento, siempre contesté con una sonrisa.
En un punto X, uno traspasa de la Habana Vieja a la Habana Vieja turística. De ver calles, balcones a punto de caer, cientos de cables desordenados que atraviesan el aire, tachos de basura revueltos y hediondos, familias sentadas en la vereda y ropa tendida en las alturas como si fueran banderines, pasa instantáneamente a una zona limpia, con casas prolijamente pintadas, con turistas con cachetes colorados y pieles blancas, cafés y cervecerías con aire acondicionado. Será un punto ilusorio porque no hay nada concreto que lo divida, pero el cambio es muy evidente. Pasamos por la cafetería El Escorial, pero más que uno de los 60 tipos de café que proponen, a esa hora del mediodía ya queríamos algo que nos hiele la sangre, así que nos fuimos a la cervecería artesanal.
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Seguimos caminando por la calle Mercaderes hasta el Hotel Conde de Villanueva, entre Lamparilla y Amargura (pongo las calles porque me encantan), una típica casona española colonial, donde hay una tienda de habanos hechos a mano. Nos quedamos un rato largo tratando de dilucidar cuál de las marcas era la más rica y no la más marketinera, pero no es lo nuestro. Igual aprovechamos para ver cómo trabajaba el torcedor y cómo iba acoplando hoja por hoja. Acá se fuma mucho. Muchísimo. No hay distinción de edades ni de sexo. Si no son cigarrillos, son habanos y está permitido fumar en todos los lugares públicos. Con todos los esfuerzos y méritos logrados y reconocidos internacionalmente en sanidad, no entiendo cómo no tienen el mínimo reparo en poner zonas de exclusión o un mísero cartel para fomentar la prevención.
Fuimos a la Iglesia de San Francisco de Asis y de ahí al malecón hasta la feria de artesanías. Algo que ya sabíamos, era que de este viaje no íbamos a traer nada, y seguimos invictos. El gasto más importante que hicimos fue de wifi, mojitos y agua mineral.
Como hacía un calor insoportable, nos tomamos el auto antiguo más llamativo que encontramos en la zona hasta el restaurante El Templete, recomendado por Anthony Bourdain en uno de sus programas. No había ni una sola persona, en cambio el que estaba al lado casi explotaba de gente, así que nos dio mala espina y nos fuimos otra vez al centro. Visitamos dos farmacias antiguas con esos frascos de cerámica pintada que son una maravilla. Subimos hasta la terraza del Hotel Ambos Mundos. Yo me pedí una limonada (muy recomendable) y arroz a la cubana y Martín una cerveza y una ropa vieja (un guiso con salsa de tomate). El arroz a la cubana que me hacía mi madre era muchísimo más rico que este.
A toda hora hay gente en la calle. A veces me preguntaba dónde trabajan y me acordé de un viejo chiste que se hacía hace años en relación a los sueldos bajos que pagaba el gobierno, en el que los cubanos decían “si ellos simulan pagarnos, nosotros simulamos trabajar”.
Transpirados y cansados, nos fuimos un rato al hotel. Es como un oasis es el desierto. Entrar al hall es como si alguien te pusiera una máscara de oxígeno y te salvara de un sofocón inminente.
A la nochecita tomamos otro mojito en La Bodeguita y comimos en “5 esquinas”, un restaurante muy simpático tipo italiano. Si no te gusta el pescado o los bichos de mar, el menú local no es muy tentador. A mi me encanta la banana frita, pero en la mayoría de los platos la ponen en forma de chips y para colmo, casi siempre están húmedos.
De noche se percibe mucho más la vida de la ciudad. Todos parecen conocerse y las casas abiertas invitan a espiar. La música sale de algún auto antiguo, de un bar, de una plaza o de un balcón y ese compartir se acepta con alegría. La gente lava la vereda un sábado a las 11 de la noche, los chicos juegan a la pelota, las mujeres se muestran con ruleros en la puerta de sus casas, algunos miran la tele del vecino entre las rejas y otros discuten acaloradamente con un vaso de ron o un mojito en la mano. Absolutamente todas las puertas y ventanas están abiertas. El calor es realmente imposible y aunque las viviendas de la Habana vieja tienen techos muy altos, son muy oscuras y siempre es mejor estar afuera. Miré sin disimulo. Miré desde las flores de plástico que tenían en los floreros, hasta los cuadros de la virgen que colgaban en las paredes descascaradas. Me quedé pensando en lo que me decía un tipo con el que estuve hablando, que acá nadie cierra las puertas, ni los autos con llave. Sólo lo hacen algunos a la noche. ¿Cuándo empieza uno a sentir inseguridad? ¿Cuándo la paranoia se vuelve parte de lo que tenemos que enseñarle y transmitirle a nuestros hijos? En algún momento nuestros abuelos habrán sentido la protección y la contención que le brindaba su pueblo. Yo no tuve esa suerte, y mis hijos menos.
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Día 10. La Habana
Después del opulento desayuno, nos tocaba la visita al Museo de la Revolución. No se puede creer que algo que para los cubanos debería ser símbolo y orgullo de los logros obtenidos, sea tan decadente y aburrido. Se trata de un recorrido cronológico por la historia de la gestación de la revolución cubana y aún no logro entender cómo no fueron capaces de armar algo cultural que te vuele la cabeza. Ni siquiera necesitan muchos recursos. Este museo parece una muestra escolar con cartulinas y fotocopias de fotos antiguas. Una verdadera lástima. Pasamos por un hall que tenía unos cuadros enormes y horripilantes del Che, de Fidel y de Chávez (acá al Néstor no lo tienen en cuenta para nada, eh?) y cuando llegamos a la sala de reuniones, se nos acercó un tipo a decir que era el pintor de los cuadros que estaban afuera, que los pintaba con café y que era famoso en el mundo. Nos cagamos de risa y salimos rajando porque el tipo quería llevarnos a conocer a única vedette del Tropicana que quedaba viva de los tiempos de la Revolución.
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Ya habíamos decidido contratar el bus turístico para ver si valía la pena alejarse de la Habana Vieja (la conclusión es que no), pero queríamos ver el Hotel Nacional, el hotel Habana Libre, que había sido inaugurado unos pocos años antes de la revolución (Hilton) y Fidel lo tomó como su cuartel de operaciones, donde estuvo viviendo bastante tiempo, el barrio Miramar y el Vedado.En el bus nos sentamos arriba, como debe ser, bajo los rayos de un sol inclemente. Me tocó al lado de un cubano que vivía en Italia y había venido con su novia. Era licenciado en deporte y recreación, pero ahora en el viejo continente, hacía más que nada masajes. Me contó que un sueldo mínimo en Cuba está alrededor de los 250 CUP, y uno medio 500.
Acá hay dos monedas: el CUP que es el peso cubano que maneja la gente local y el CUC que es el billete cubano convertible para el turista (1 CUC= 1 euro). 1 CUC vale 25 CUP. La diferencia es atroz. Los cubanos nunca podrían acceder a los lugares con precios en CUC. Un billete de colectivo para cubanos vale 5 CUP y para nosotros 5 CUC. Es aconsejable venir con euros porque cambiar dólares americanos tiene un impuesto del 10% (no así otros dólares como el canadiense o australiano), pero a la hora de cobrarte el hotel por ejemplo, si son 100 euros te los pasan a dólares y te agregan en 3% por pagar con tarjeta. Todavía no entendí por qué los pasan a dólares.
Él tenía a su familia en la isla, pero la hija se recibía este año de odontóloga y debía cumplir con los 2 años de servicio obligatorio que los profesionales deben devolverle al Estado por los estudios gratuitos recibidos.
Lo de las libretas para retirar alimentos sigue funcionando. Cada familia tiene por mes derecho a retirar una cantidad de cosas que no son muchas y son básicas (harina, medio litro de aceite, frijoles, arroz, jabón, etc.) y me dijo que nadie se muere de hambre, porque al que le falta, lo auxilia algún vecino. La verdad es que a mi me da esa sensación. Nadie tiene hambre. No hay gente mendigando, no hay caras con pieles transparentes y ojos hundidos, no vimos ni una persona tirada en la calle en condiciones de indigencia o sin zapatos.Cuando pasamos por un hotel, contó que los cubamos estos últimos años juntaban peso sobre peso para poder ir la piscina y comer ahí. Igual no todos los hoteles aceptan la entrada para aquellos que no sean huéspedes. Este tipo no hablaba muy bien del régimen (y todavía no encontré a nadie que lo haga) y sin miedo, dijo que Fidel y Raúl la habían hecho toda. Como no entendí, le volví a repreguntar si él pensaba que Fidel había hecho negociados para su beneficio, y me miró como diciendo sos boluda y me contestó que la habían hecho bien, porque tenían 12 millones de personas trabajando para ellos.
Nos bajamos y recorrimos los hoteles, pero como nos daba fiaca volver al punto de la salida del bus turístico y pasaba cada media hora (una media hora cubana que no es la que manejamos habitualmente los que usamos reloj), nos tomamos un coco-taxi hasta el hotel.
A la tardecita, nos fuimos a caminar por el malecón. Había muchísima gente pescando, tomando ron, paseando, charlando. El mar es tan inquieto e indomable como lo que distingue a la ciudad y le da su carácter.
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Día 11. La Habana- Cayo Santa María
Teníamos estipulada la entrega del auto a las 9 am. Martín se ocupó de hacer los trámites mientras yo lo esperaba en el lobby. A las 10.30 seguía sentada en el mismo lugar sin novedades. A las 11 vino a contarme que había estado en la fila para que lo atiendan porque antes que él había…2 personas. Nuestro auto todavía no había llegado y tampoco sabíamos qué modelo nos iban a entregar. Ya no importaba si era automático o manual, cualquier cosa le cerraba con tal de no perder el día de playa. También preguntó si podíamos alquilar un GPS. El tipo lo miró y le dijo “recuerde que está en Cuba”. Cuando le mostró el auto y le entregó las llaves, Martín vio que tenía una marquita al costado y le avisó para que la anote. El gordo agarró el dibujo del auto de la planilla y empezó a marcarlo por todos lados para que no se preocupe al devolverlo.
Recién pudimos salir a las 12 y nos perdimos la mañana adentro del hotel. Acá la burocracia corre por las venas, es parte de la idiosincrasia y es desesperante inclusive para alguien que también sabe lo que es esperar para que le sellen un papel. No sé cómo van a hacer para recibir el malón de gente que se les viene a partir de la apertura del bloqueo, con gente que tiene muy poca idea de lo que es la ineficiencia.
La salida de La Habana en auto y sin GPS es una historia aparte. No hay un solo cartel indicador. Paramos dos veces a preguntar: unos nos dijeron que teníamos que atravesar el túnel para un lado y los choferes de micros nos marcaron para el otro. Fuimos y vinimos. Fuimos y vinimos (no estoy repitiendo por error, así es como fue). En una de las rutas que agarramos, y que como otras tantas confiamos en que estaba bien, nos empezó a hacer señas un tipo que parecía vestido de policía pero no lo era. Paramos y nos explicó que teníamos que apagar las luces del auto, porque estaba pasando por la ruta algo parecido a la vuelta ciclista. Nos dijo que era feriado y en seguida agregó “¿ustedes nos son de por aquí, no? (auto moderno, caras blanquitas y pelo rubio, lentes de sol y máquina de fotos sobre las piernas no daban para dudar mucho). Aprovechando la explicación ciclística, quisimos cerciorarnos de estar en la ruta correcta. Obviamente íbamos en dirección a Pinar del Río, otra provincia. Muy amablemente el hombre se ofreció a subir para llevarnos hasta donde empezaba la ruta nacional, que es la que cruza toda la isla y la única que tiene tres carriles para un lado y tres para el otro (las otras son doble mano y casi sin banquina). Nos dijo que a los carteles indicadores se los llevan los ciclones y por eso, después “los ponen por aproximación, no por topografía, ni nada”. Me gustaba que hablara distinto que los habaneros. Era del interior y marcaba bien la L y la SH como por ejemplo “conducil un coshe shico”. El tipo hizo bastantes kilómetros para llevarnos y nos salvó la vida, aún a pesar de que lo hiciera como un trabajo atrapando turistas perdidos como nosotros. Nos contó que su familia se fue en una balsa a EEUU en el ’94 que fue una época muy dura en Cuba, pero él se quiso quedar porque tenía mujer e hija y para los médicos o deportistas (él lo era) es difícil conseguir algo en el país del norte. Igual su familia podía viajar a visitarlos, porque ya tenía los papeles.
Nos contó que desde que está Raúl Castro, las cosas mejoraron mucho y que ahora la salud y la educación son realmente gratuitas. Antes tenían que pagar remedios o algunas intervenciones. También ahora tenían permitido ir a hoteles o alquilar un auto y antes no podían aunque tuvieran la plata para hacerlo (ahí entendí lo que me dijo el cubano en el bus turístico acerca de los que ahorraban para ir a una piscina). Le dimos plata por la ayuda y nos despedimos una vez de estar seguros de estar en ruta.
El camino siguió casi sin ningún cartel orientador o de velocidad máxima, así que andábamos por intuición . La ruta nacional es la mejor de la isla y está hecha pelota. Vimos mucha gente haciendo dedo, algunos mostraban y zarandeaban billetes en la mano y otros pedían bajo el rayo partido. Martín me dijo que capaz que los llevás y encima te cobran…y es posible.
Durante el viaje había algunos carteles relacionados con la revolución, la mayoría en las paradas de buses, y alentaban al trabajo, al esfuerzo y a los valores. Otros eran de Fidel y Chávez “ nuestro mejor amigo”, otros de los hechos revolucionarios relacionados con las distintas ciudades y su historia y otros geniales que decían “Remedios, cuna de la parranda”.
Además de cruzarnos con autos viejos, en la ruta aparecieron los sidecar (motos antiguas con un lugar al costado para el acompañante), y a medida que íbamos metiéndonos en los pequeños pueblos del interior, aparecían más carretas de caballos que funcionaban como transporte colectivo.
En Santa Clara volvimos a perdernos. Era la vez Nº 10 y estábamos cansados. Teníamos planeado llegar a la playa a la 1 y ya eran las 4. Con tantas vueltas tampoco teníamos mucha nafta y las estaciones no abundan, así que para no encontrarnos con la desgracia de quedarnos en la ruta, nos desviamos a la ciudad de Santa Clara para cargar el tanque.
Contentos porque no podía sorprendernos ningún imprevisto, a 70 km del Cayo Santa María, sentimos un ruido espantoso y olor a quemado. Habíamos reventado una goma en uno de los pozos. No era una pinchadura, era una completa rotura y no había gomería que pudiera repararla. Martín ya estaba transpirado, enojado, desesperado y arrepentido de haber alquilado el auto. Por suerte en ese lugar había banquina y pusimos la de auxilio. Faltaban 60 km y teníamos que cruzar una carretera marítima que une la isla grande con el cayo, pero teníamos una nueva oportunidad de perdernos, y lo hicimos, porque no había ningún cartel indicador que señalara que debíamos meternos en un rulo que llevaba directo a la ruta. 40 km más al pedo. Finalmente dimos con el camino. Es un puente increíble que les llevó 10 años para terminarlo. Son 59 kilómetros de pavimento de unos 8 metros a ambos lados del mar, con varias islas pequeñas salpicadas. Eso nos relajó, pero faltaba la perdida final. Por supuesto que no había carteles indicadores de nuestro hotel y cuando se terminó el puente se bifurcaba el camino. ¿Derecha o izquierda? Ganó la que no era. Llegamos al hotel de mal humor a las 6 de la tarde. Cuando hicimos el check in nos quejamos porque nos perdimos y el tipo nos dijo que a todos los que venían en auto les pasaba lo mismo. Ahora, los de un hotel internacional 5 estrellas ¿no pueden poner un cartel? se lo habrá llevado el ciclón.
Nos recibió un mayordomo de nombre Erik (acá los nombres son bastante raros porque españolizaron nombres americanos como Maikul, Yaimina, Yoandy, Ichaso, Yohanka, Geidy, Christel) que nos mostró las instalaciones. No nos acordábamos que estaba todo incluido y nos pusimos muy contentos. A las 7.30 estábamos viendo el atardecer en una de las playas (el hotel tiene 3 y muy distintas) dispuestos a no tocar el auto hasta que nos fuéramos.
Después de una cena maravillosa, nos dijeron que había un chou (canilla libre), con algunos que habían estado en Buena Vista y sus discípulos. Y a partir de las 12 se armaba baile donde habría turistas y cubanos. El micro estaba saliendo en ese momento y nos subimos. Empezó a levantar gente de todos los hoteles, y cuando llegamos, nos dimos cuenta que era el mismo cartel que estaba en nuestro hotel de La Habana y que habíamos dicho que no íbamos ni en pedo porque el video que promocionaban era de una gorda anciana con una boca casi tan grande como su culo (ex Tropicana) que zarandeaba las tetas aún cuando la música dejaba de sonar. Ya estábamos ahí, y no teníamos sin el auto para volver cuando se nos diera la gana. Durante una hora estuvieron preguntando de dónde éramos y cantaban una canción alusiva. A los argentinos nos tocó El día que me quieras, y a los uruguayos La Cumparsita, a los de Canadá la de Celine Dion y así con chilenos, peruanos, japoneses y suecos. Unos ladris de proporciones descomunales. Si reviven los de Buena Vista, se vuelven al cajón. Nos bancamos el chou horrible hasta el final, con un cubano que tenía la sonrisa dibujada y traducía en simultáneo alinglish "aiam veri japi and plissssss guelcam tu cubaaaaaaaaaa".Estridente, repetitivo, la gorda iba por las sillas y le ponía el culo en la cara a los canadienses que estaban encantados. Estoy segura de que si se lo hacía a Martín le metía una toma de Tae Kuon Do. Además del chou, tuve que bancarme el tremendo mal humor de mi marido durante el resto de la noche.
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Día 12 y 13. Cayo Santa María
A maneció soleado. Imaginábamos un desayuno abundante como el de La Habana, pero muy por el contrario, el del Meliá Buenavista fue una decepción. En este hotel es todo personalizado y tiene todo a la carta, hasta un menú de almohadas. Por un lado es mejor porque la comida está más controlada (por nosotros), pero el desayuno es particularmente malo y unos huevos revueltos podían tardar más de media hora en llegar a la mesa. Lo primero que teníamos que hacer, era resolver lo de la rueda para poder seguir el viaje a Trinidad sin contratiempos.
Decidimos hacer uso del mayordomo, que al igual que la nobleza, sólo ostenta el título. Su única función es anotar en cuál de los 2 restaurantes querés comer esa noche. Durante los dos días estuvimos pendientes del tema de la rotura. Los teléfonos que aparecían en el contrato de locación o no eran los de la agencia, o simplemente no atendían. Después de una buena propina y mucha insistencia, el mayordomo logró contactarse con el negocio que estaba pegado a la casa de alquiler de autos de la sucursal de Santa Clara, que le iba diciendo si los empleados habían salido, si estaban adentro, porque seguían sin atender. Si realmente tenés un problema en medio de la ruta, la única solución es abandonar el auto y trasladarte en cualquier cosa que pase por la zona hasta la ciudad más cercana. Finalmente contestaron que vendrían con el repuesto cerca de la hora de nuestro día de salida.
Nos fuimos a la playa más grande del hotel, la que ellos recomiendan para “tomar el sol y darse baños de mar”. El agua es de un turquesa subyugador, super transparente y tiene una temperatura ideal. Como afuera hace un calor húmedo, casi todo el tiempo estuvimos en el agua. A la tarde nos fuimos a hacer snorkel a la segunda playa, que tiene un arrecife enorme con muchísimos peces de colores. Cuando fuimos a pedir unas tarjetas de wifi a recepción, sin querer terminamos en una degustación de diferentes tipos de ron (yo en esta paso), charlando con una española de Salamanca muy interesante y un par de argentinas separadas que daban un poco de vergüenza ajena. Estuvimos bastante tiempo conversando con nuestro cantinero abstemio, que no quería hablar para nada de Cuba. Nos pasó lo mismo con otros empleados del hotel, así que deduzco que será alguna regla de la gerencia. Cuando mi marido y la española ya eran como hermanos, nos fuimos a ver el atardecer a la tercera playa.
A la noche uno de los restaurantes ofrecía una cena chou con música cubana. Juro que por un tiempo no quiero escuchar las palabras saborrrrrr, azúcarrrrr y gozarrrrrrr.
Al día siguiente Martin se fue a hacer buceo y yo hice arena-agua-arena-agua-arena hasta que volvió y seguimos juntos haciendo arena-agua-arena-agua-arena-agua. Antes de dormir, nos dábamos una vueltita por el muelle para ver los peces fosforescentes y ver cómo crecía la luna reflejada en el mar.
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Día 14. Cayo Santa María – Trinidad
Nos levantamos temprano y después de resolver lo del neumático (los del alquiler aparecieron como gol de último minuto), fuimos a la playa y cerca del mediodía a hacer snorkel. Fue una de las veces que más disfruté porque la temperatura del agua estaba perfecta (casi siempre termino muerta de frío y por el color de mis labios morados, soy otra de las atracciones oceánicas). Esta vez no quería salir. Seguimos a un enorme cardumen de peces azules tan hermosos, que no me di cuenta de cuánto nos habíamos alejado. Le siguieron amarillos, rayados, con puntitos flúo que se escondían entre los corales violetas. Fue corto porque teníamos que almorzar y partir cuanto antes. Después del abatimiento que nos produjo el trayecto a la ida, teníamos que tener tiempo para prever cualquier situación y no perdernos lo que quedaba del día dando vueltas en la ruta.
En el mapa no parecía tan difícil llegar a Trinidad, pero teníamos que atravesar la Isla a lo largo por caminos secundarios. Nada podía ser mejor que internarse en los pueblitos que aparecían salpicados en el papel, pero teníamos el pequeño detalle del tiempo en nuestra contra. En cada lugar que pudimos, confirmábamos estar en la ruta correcta.
A medida que íbamos avanzando, el paisaje cambiaba los colores. Las sierras se fundían con las palmeras y los bananos. La tierra oscura contrastaba con las hojas de la caña de azúcar y cada tanto, aparecían enormes árboles desde donde goteaban los mangos más rojos que yo haya visto. Decenas de campesinos salían a caballo y con machetes en mano. Sus camisas estaban sudadas y manchadas de tierra y las alas de los sombreros de paja apenas los protegían de las inclemencias del tiempo. En muchas de las plantaciones los vimos arando con bueyes y cortando la maleza con machete y hoz.
Pasamos por el pueblo Yaguajay, detenido en el tiempo, donde las carretas y los caballos parecen ser el medio de transporte más frecuente, y por otros tantos pueblitos en cuyos nombres siempre hay una Y o una J. Casi sin errores, llegamos a la ciudad de Sancti Spiritus, donde bajamos a dar una vuelta por el casco antiguo.
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A las 7 de la tarde estábamos tocando la puerta de la Casa Brisas de Alameda, una de los cientos de casas de familia que se ofrecen en Trinidad. Johan era el que llevaba el negocio adelante y nos estaba esperando ansioso, porque la reserva se realizó bajo el lema “simplemente confiamos en su palabra”. Después de mostrarnos nuestra habitación (sólo tienen dos para huéspedes), nos presentó a la familia, en especial a su hijo Santiago que en ese momento era el sorprendente hombre araña pero con máscara de snorkel. Martín estaba decidido a resolver el tema de la vuelta a La Habana bajando alguna aplicación offline, para que no nos vuelva a agarrar un “jinetero” en busca de pajueranos perdidos. En Buenos Aires ya había comprado una llamada OsmAnd, que es muy detallada y tiene todas las ciudades y calles de Cuba, pero la función del guiado de ruta no la ofrece ni pagando, porque es para Android. Apple todavía no puso su pie en la Isla.
Martín ya se había preguntado cómo harían estos pequeños hoteles para recibir y mandar mails, y fue una de las primeras cosas que averiguamos. Johan nos llevó hasta la plaza donde todos los días se sentaba a verificar si tenía algún nuevo cliente. La conexión era a través de la misma tarjeta que compramos en La Habana por 4,50 CUC la hora y que allí valía 2. Es la plaza del wifi y la misma en la que todas la tardes, a la misma hora, los jóvenes dan varias vueltas en busca de conversación y franeleo.
Salí un ratito sola mientas se conectaban y me ligué una cantidad considerable de piropos. Hasta se me ofrecieron como acompañantes para bailar salsa esa noche. Halagador.
Cuando volví, el tema de la aplicación seguía sin solución. Johan nos llevó a lo de un conocido, que nos mandó a la casa de otro conocido que era hacker y que usaba mucho el Osmand. Si no era él, entonces no era nadie. Johan tocó la puerta del capo en informática pero nadie contestaba. Los vecinos que estaban en el zaguán, se metieron por la ventana y le avisaron a la madre para que llamara al tal José. Vi bajar la sombra de un hombre grande por unas escaleras. El hacker cubano era un gordo muy sudado, que no tenía problemas en ostentar su panza desnuda. Estuvo probando un rato con el iPhone, pero es un aparato que está afuera del área de entendidos. Por suerte Martín había bajado el Google maps, que no tenía calles, pero marcaba una ruta. No sabíamos si terminaríamos en La Habana o hundidos en el Mar Caribe.
Después de caminar un rato por la ciudad, que de noche tiene una penumbra cautivadora, por sugerencia de Johan nos fuimos a cenar al restaurante San José, en la calle Macedo. De entrada pedimos unas láminas de banana frita en salsa de oliva y ajo y camarones rebozados, y de principal una ropa vieja y una langosta a la manteca de ajo. Todo espectacular y acompañado por mojitos. En realidad yo quería pedirme un pollo, pero hacia 1 semana que estaban sin entrega. Parece que esto es común. Hay semanas que hay falta de papa y entonces salen los campesinos a la ruta con dos papas en la mano para venderte los de su producción haciendo su pequeño negocio, a veces café.
Habíamos tratado de tramitar un tour con guía para la mañana siguiente, pero el tipo ya estaba ocupado. La casa donde nos quedamos estaba super linda. Tenía detalles de buen gusto, de mucho cuidado por el huésped y todo estaba impecablemente limpio.
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Dia 15. Trinidad- La habana
Para comer o tomar el desayuno, la casa tenía un patio enjardinado con mesitas de hierro, y a los dueños les gustaba sentarse a charlar con los turistas. Los chicos estaban mirando unos dibujitos animados en ruso, de esos que se entienden igual. La mujer de Johan me contó que ante la falta de internet, se inventaron los “paquetes semanales”. Paralelamente a los cinco canales de televisión, funciona el denominado paquete semanal, que se distribuye de casa en casa a través de un disco duro externo y cuyo precio varía dependiendo de la cantidad de material. El paquete tiene las últimas películas extranjeras, series, documentales, dibujos animados, juegos, información, música y constituye todo un fenómeno en un país donde la televisión es estatal y el acceso a la información y al entretenimiento está controlado. Obviamente todos los materiales son pirateados, y como el negocio es privado, sus dueños se cuidan de no incluir materiales excesivamente políticos o que puedan ser considerados “contrarrevolucionarios”.
Le pregunté a Johan cómo veía el tema de la nueva apertura. Me dijo que su mayor preocupación era perder la identidad. Que lo que ellos tenían era un orgullo a prueba de balas, y que de ninguna manera estaba dispuesto a que vinieran los yanquis a comprarse la isla. “Yo nunca fui comunista, pero si en este sitio quieren poner un Mc Donalds, estoy dispuesto a alistarme a las filas partidarias o firmar lo que sea para que no suceda” (aclaro que el partido comunista es el único legal en el país). Aquellos que trabajan con turistas y con moneda convertible, tienen que entregarle al Estado un 10% de las ganancias y a la vez, pagan un plus por los servicios de luz extra que consumen al ofrecer ventiladores o aire acondicionado.
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Salimos a pasear por la nuestra. Trinidad es una ciudad como ninguna otra, como Cuzco o San Cristóbal de las Casas. En el casco antiguo las calles conservan el empedrado como el siglo de su fundación (XVI), y las casas son muy coloridas con techos de tejas rojas. Hay mucho turismo, pero se camina tranqui. Subimos al campanario de la iglesia para ver las vistas, nos perdimos en las calles angostas, entramos un almacén donde entregan los pocos alimentos racionados disponibles. Hoy no son muchos los cubanos que retiran con la libreta de racionamiento (hay una por familia), porque mucha gente se las arregla para tener otra entrada a partir de la venta de artesanías, o hacen música en los bares y restaurantes, o venden café desde la ventana del living, o manejan un taxi (bicitaxi, cocotaxi, auto antiguo, sulky), o los que tienen más ahorros o contactos ponen un paladar, o venden granadina o jugos en la calle, o pizzetas o hotdogs, o son manicuras o peluqueras. Casi todo eso se ve caminando y mirando adentro de las casas.
Martín fue a cambiar un poco más de plata por si necesitábamos en el camino. En la misma oficina, estaban ofreciendo cambio en negro. En las casas de cambio estatales hay casi siempre mucha cola porque los mismos cubanos van a cambiar los CUC por CUP, y a veces es preferible hacerlo en los hoteles porque la diferencia es mínima. Cuba para los extranjeros no es nada barato. Si uno va en plan all inclusive es muy accesible, si no es bastante caro.
A las 10.30 volvimos a buscar las cosas para emprender la retirada. Con el que bajó Martín nos arreglamos genial. Cuando se veían los autos antiguos en ambos carriles de la carretera, a veces me parecía estar mirando una película de los años 50, en el que la pantalla era el parabrisas.
La entrada a La Habana es un laberinto, y sin señales, hay que ser un verdadero mago para poder llegar. Seguros de estar en la ruta correcta y a tiempo para el avión, paramos a comprar mangos rojos. Nos lo comimos en la sala de embarque. Era dulce y pura pulpa. Final feliz.
Uno podrá estar a favor o en contra del régimen, tener más o menos empatía por los héroes revolucionarios, pero de algún modo han resistido al bloqueo económico sin perder la sonrisa. Han tenido peores y mejores momentos históricos y económicos y han ganado (aunque muchos no se den cuenta). Nadie tiene hambre, no hay analfabetismo, tendrán los zapatos gastados y viejos pero no están descalzos.
No sé cómo harán para recuperar los miles de edificios antiguos carcomidos por la falta de inversión o cómo se las arreglarán para reconstruir todo lo que se ha derrumbado durante estos 50 años. Pero estos son tiempos nuevos, lentos, como todo proceso, y habrá que ver cómo incorporan lo nuevo y cómo capitalizan lo que han logrado. Estoy feliz de haber ido, de haberlo visto con una nueva mirada después de que pasaron 30 años de mi viaje anterior y de haberlo compartido con el amor de mi vida.
Gracias por estar, por leer y por esperar esta letra.
Nos vemos del otro lado de la orilla infinita.
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Hoteles
Iberostar Parque Central.
Hotel enorme con dos edificios. Muy bien ubicado. Buenas instalaciones y desayuno impresionante. Wifi pago. Piscina en el ultimo piso pequeña para la cantidad de habitaciones. Tiene banco y rent a car dentro del edificio.
Meliá Buenavista - Cayo Santa María
Es el all inclusive personalizado de Meliá. Habitaciones muy amplias y lindas. Desayuno y almuerzo muy flojo (opción de pizzas en la pileta muy buenas). Cenas en dos restaurantes con comidas un poco similares. Wifi con tarjeta pero gratuito y solo en lobby.
Casa Brisas de Alameda- Trinidad
Casa de familia. Dos habitaciones. Excelente atención y desayuno. Muy cálido. Sin wifi. Si no te gustan los niños, mejor abstenerse.
Apps para tener GPS
La Habana
Para comer
- Paladar La Guarida (donde se filmó Fresa y Chocolate). No impresionarse por la entrada y subir. No dejes de tomar un mojito en la terraza.
- Paladar Doña Eutimia (en el Callejón del Chorro). Comida cubana.
- Bar La divina Pastora: Muy buena vista de la ciudad y atardeceres.
- Bar La torre: Piso 33. Tremendas vistas.
- Restaurante Ambos Mundos. Vale para conocer el hotel por dentro y su ascensor archiviejo. No para comer sino para tomar una piña colada o un mojito.
- Bar del Telégrafo. para ver la gente pasar. No comer
- La Bodeguita del medio. buenas picadas. El mejor mojito por lejos
- La Floridita. buena música.muy turístico. Preferimos el mojito al daiquiri.
Para escuchar música
Egrem: Acá se grabó el disco Buenavista Social Club. Ver cartelera en www.facebook.com/laspuertasdelamusica/
La zorra y el cuervo: jazz cubano en Avenida 23. Todos los días un buen espectáculo.
El Gato Tuerto (O entre 17 y 19)
Casona de línea. Linea entre D y E
Calle Línea y 23 (espacios culturales)
Casa de la música de Miramar (El diablo tun tun piano bar)
Ver si en el teatro Garcia Lorca se presenta el Ballet Nacional de Cuba.
Los conciertos de son cubano en el Teatro América son una de las grandes joyas de La Habana
El domingo al Callejón de Hammel.
Museo de Bellas Artes
Galería de arte La Habana. Calle Línea entre E y F
Trinidad
Restaurante San josé
Mojito en El Regidor
Música
Casa de la música
Cerveza en Casa de la Trova
La Canchánchara es turístico pero tiene un trago típico que es un cóctel de ron y miel o un guarapo (jugo de caña)